Crítica de «Bajo el silencio»: Nuestra última facultad, negar nuestro consentimiento
«La impresión de ver y oír "Bajo el silencio" es desoladora y huele a esa aflicción y desamparo de "Patria"»
Iñaki Arteta tiene recogida en su amplia trayectoria como documentalista todo el paisaje físico y moral, la geografía y la historia, de las décadas de terrorismo etarra y las huellas imborrables que la sangre ha dejado en ese paisaje y en sus víctimas. En « Bajo el silencio » se ocupa también de ello mediante el rigor de los testimonios y con un impecable trabajo periodístico que solo interviene en las preguntas y les otorga la voz de las respuestas, por supuesto a las víctimas, pero también a los verdugos y al entramado social que miró con silencio, comprensión o incluso colaboración los cientos de asesinatos a su alrededor.
A la cámara, Arteta , y frente a ella, el joven periodista Felipe Larach, que sujeta el micro y la mirada a la variedad de personajes que reconstruyen la memoria del terror: la opinión no está detrás de la cámara, sino delante, en esos testimonios que algunos de ellos (muchos), tremendos, dejan una clara impresión: silenciar, «digerir» es lo que hay que hacer, frente a la necesidad de recordar, orear y exigir remordimiento por la sangre derramada que tienen las víctimas. El pulso entre recolocar a ETA o sencillamente colocarla en su siniestro lugar. La impresión de ver y oír «Bajo el silencio» es desoladora y huele a esa aflicción y desamparo de «Patria»: el párroco de Lemona , profesores de la Universidad del País Vasco, alcaldes y alcaldesas de Bildu, la hija de una presa etarra, el capuchino etarra que asesinó a Félix de Diego, un versolari azuzador, el hijo del etarra Kepa del Hoyo…, todo terrible e irrespirable, justificable, pero lo auténticamente doloroso y desesperanzador es la sorprendente memoria de ETA que manejan las nuevas generaciones, chiquillos para los que ETA es la de Carrero Blanco y la que sufrió el GAL.
« Bajo el silencio » nos escupe a la cara en su final una frase de Primo Levy: Nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento.
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