Crítica de 'Whitney Houston: I Wanna Dance with Somebody': El crepúsculo de los dioses

Lo mejor de la película es el repaso musical, el recorrido emocionante por sus grandes canciones y actuaciones

«Whitney», el viacrucis de la estrella y su furiosa relación con el sexo, las drogas y el éxito

Naomi Ackie, en la piel de Whitney Houston
Oti Rodríguez Marchante

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En 2018 Kevin MacDonald hizo un documental sobre Whitney Houston ( 'Whitney' ) que era prácticamente una película de terror. El espeluznante viaje desde el coro de la iglesia hasta su muerte en la bañera de una estrella con enorme atractivo y con una voz maravillosa; un retrato agrio, amargo, junto a su horrible familia, su impotable marido y un puñado de adicciones letales para sobrellevar una vida y una carrera desenfrenadas. Tal vez el cine le debía un buen lijado de aristas a la imagen de Whitney Houston, o eso debió de pensar la directora Kasi Lemmons y le ha organizado este 'biopic' resultón y diluido en aguas más claras y transparentes.

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'Whitney Houston: I Wanna Dance with Somebody'

Cuenta la misma historia (no hay otra) que MacDonald, el ascenso y caída de Whitney Houston, pero Kasi Lemmons hace una película, una ficción, y se puede permitir el lujo de suavizar los contornos y esquivar y ver de lejos toda la sordidez que la acorraló durante su vida y obra. El guion de Anthony McCarten (que escribió también el de 'Bohemian Rhapsody' con parecido guante) es muy hábil para subrayar su encanto y su talento y también para pasar de puntillas, apenas sugerencias, por las drogas, el alcohol, el enfermizo entorno y lo monstruoso de una Whitney picoteada por una bandada de cuervos.

Grandes momentos y grandes agujeros

Lo mejor de la película es el repaso musical, el recorrido emocionante por sus grandes canciones y actuaciones, que sirven de hilo conductor de la personalidad de la cantante, y pararse, además, en algunos momentos estelares, como su interpretación del himno de Estados Unidos durante una final de la Super Bowl o en el homenaje a Mandela . La estructura de la película no ofrece gran alarde de imaginación, pues consiste en ordenar secuencialmente esos momentos de su vida y canciones, saltar de unas a otras y ver el paulatino ocaso más en un tono melodramático que trágico. Lo cierto es que es una narración llena de grandes momentos y grandes agujeros. Está algo mejor trajeada su relación con su mentor, Clive Davis ( Staley Tucci ), y su amiga y amante, Robyn Crawford ( Nafessa Williams ), pero son solo dos 'singles' dentro de un 'álbum' que resulta más bien superficial y también oficial y diseñado.

La protagonista es Naomi Ackie , una actriz que tiene un aire ligero a Whitney Houston en lo físico y en la traza, que se aguanta en el escenario y que transmite algo de aquel enorme poder de la estrella; pero nunca ves a Whitney Houston ni dejas de ver a Naomi Ackie. Se intuye un trabajo hercúleo de interpretación y también de canto (aunque no sea su voz la que se oiga, sino la inconfundible de Whitney Houston), pues respira, vibra y vive las canciones a un milimétrico compás con La Voz de su personaje. El crepúsculo de los dioses, pero visto con admiración y consuelo.

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