Crítica de Verano de una familia de Tokio: Estirar el chicle

El veteranísimo director japonés Yôji Yamada insiste con una tercera entrega con esos mismos personajes y otras peripecias

Yamada sigue estirando el chicle con una tercera entrega ABC
Oti Rodríguez Marchante

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El veteranísimo director japonés Yôji Yamada hizo hace cinco años una película sorprendente y maravillosa titulada «Una familia de Tokio» , en la que retomaba, rehacía y remozaba una de las obras mayores de la historia del cine, «Cuentos de Tokio», de Yasujiro Ozu . La proeza de no desmerecer ante la obra maestra lo animó a, un par de años después, a repetir familia e historia en la ya no tan maravillosa «Maravillosa familia de Tokio» . Bueno. Vale. Y ahora insiste con una tercera entrega con esos mismos personajes y otras peripecias en «Verano de una familia de Tokio» , ya absolutamente desprovista de aquel ojo por el que solaba el alma de Ozu.

Los problemas matrimoniales, paternales y generacionales de esa familia se han adocenado, han cambiado de tono y ya no tienen mayor recorrido que el de pasar un buen rato, en el mejor de los casos. Pero tanto derecho tiene Yamada a estirar el chicle como los demás a reprochárselo.

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