Crítica de 'El techo amarillo': Abusos a menores en un templo del teatro

El documental es digno de ver, de entender lo que anuncia y lo que denuncia, de comprobar que el abuso a la infancia y su consentimiento y ocultamiento no es cosa de gremios, ideologías, religiones o razas; es cosa de adultos desalmados, taimados y hasta concienciados

Imagen de 'El techo amarillo'
Oti Rodríguez Marchante

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Isabel Coixet es una directora con estilo y prestigio dentro del cine de ficción y en su filmografía tiene algunos títulos difíciles de olvidar, como ‘Cosas que nunca te dije’, ‘Mi vida sin mí’ o ‘La vida secreta de las palabras’, pero también se ha mostrado hábil y laboriosa como documentalista, género en el que tiene títulos de todos los colores, aunque ninguno tan potente y emocionante como éste, ‘El techo amarillo’ , en el que aborda con enorme claridad expositiva y sentimental un terrible suceso de abusos sexuales a menores en el Aula de Teatro de Lérida .

Los hechos, narrados aquí por las propias víctimas, sucedieron hace un par de décadas, cuando eran adolescentes, y terminaron reconociéndolos y denunciándolos en 2018, cuando ya eran mayores de edad, con lo que, lamentablemente, los delitos habían prescrito y el principal autor, profesor y luego director de ese Aula de Teatro (atiborrada de reconocimiento y premios), se esfumó con una indemnización. Coixet aborda con exquisito gusto y mucho tacto todo el oscuro episodio y desarrolla por tramos su narración, enunciándolos como El profesor, El aula, Los viajes, Los rumores, El silencio, La denuncia…

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Ellas, unas cuantas chicas que tenían entre 13 y 15 años, van contándole al espectador lo que vivieron y cómo lo vivieron, las sutiles armas utilizadas por los adultos para conducirlas, ‘educarlas’ y convertirlas al tiempo en víctimas y responsables; el ‘tenebroso cuento’ está aderezado por muchas imágenes de entonces, vídeos caseros de ellas en su felicidad teatral y en el disimulado trasiego de actitudes y comportamientos adultos con esas niñas emocionalmente muy vulnerables y maleables. Lo cierto es que, a la vista del documental, que detalla perfectamente el potente armamento de que dispone un adulto y ‘educador’ para manipular la conciencia y los modelos de conducta (sexual, moral, ideológica) de un adolescente, algunas de las recientes innovaciones legales al respecto lo dejan a uno, y a más de uno, estupefacto. Con su estreno en el Festival de San Sebastián coincidieron las declaraciones de la ministra Montero en las que defendía que «los niños tienen derecho a mantener relaciones sexuales con quien les dé la gana, siempre que sean consentidas», lo cual, como poco, produce una arcadita de bilis.

El documental es digno de ver, de entender lo que anuncia y lo que denuncia, de comprobar que el abuso a la infancia y su consentimiento y ocultamiento no es cosa de gremios, ideologías, religiones o razas; es cosa de adultos desalmados, taimados y hasta concienciados.

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