Crítica de 'Los reyes del mundo': Niños colombianos a la búsqueda de El Dorado

Aunque Laura Mora quiere realismo, que se oiga el palpitar de su país y de sus personajes, también ambiciona simbolismo, trastienda metafórica, y empapa su historia de señales de ello

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Los protagonistas colombianos de 'Los reyes del mundo'
Oti Rodríguez Marchante

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Como en su anterior largometraje, ‘Matar a Jesús’ , la directora colombiana Laura Mora afronta ahora una historia en continuo movimiento y que arranca también en lo caótico de las calles de Medellín. La protagonizan cinco chavales desheredados que reinan en ellas, que malviven entre el trapicheo y que saltan alegremente esa alambrada que separa la vida y la muerte. Una cámara realmente imparable los localiza, los presenta y los seguirá en su aventura hacia el viejo tópico de la tierra prometida, un pedazo de selva en medio de la nada que uno de ellos ha recibido en herencia de su abuela.

El argumento es el viaje y los numerosos y cromáticos encuentros y tropiezos, pero también las complicaciones burocráticas para acceder legalmente a esas tierras que fueron confiscadas por la guerrilla y que ahora les restituye el Gobierno, aunque en el fondo, o en realidad, el argumento lo que pretende es hablar de relaciones, de ilusiones, de amistad y de derechos; es, por lo tanto, cine de carretera (o selva), cine social y cine de aventuras que su directora construye con grandes dosis de verosimilitud por la realidad de su cámara a los paisajes y personajes, encarnados por actores que son lo que son, chicos de la calle, y que hablan y se comportan de un modo difícil de entender (tanto por su parloteo lleno de ‘gonorreas’ como por sus actos), pero que le dan todo a la pantalla, desde su ingenuidad adolescente a su rabia de desclasados.

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Los reyes del mundo

Los reyes del mundo

Aunque Laura Mora quiere realismo, que se oiga el palpitar de su país y de sus personajes, también ambiciona simbolismo, trastienda metafórica, y empapa su historia de señales de ello, con imágenes de caballos blancos y de alegorías ancestrales, representaciones líricas y proclamas bienintencionadas, que no entorpecen lo crudo y desgarrador del relato, pero le dan un cierto vuelo de pretenciosidad.

Tanto la estructura como la planificación de la película contribuyen al ritmo imparable, aunque haya algunas secuencias excesivamente largas, como la ‘garciamarquiana’ de las prostitutas en medio de la selva, y otras cargadas de grandilocuencia, como sus tramos del desenlace. La película ganó la última Concha de Oro del Festival de San Sebastián , y sin duda fue por el fondo subversivo, rebelde, y soñador de sus jóvenes protagonistas, por escalar con humor, vitalidad y tozudez hasta su humilde El Dorado, y a pesar de esa filosofía determinista y trágica adornada con cenefas de simbolismo.

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