Crítica de ¿Podrás perdonarme algún día?: Lo auténtico (ella) y lo falso (lo otro)

«Melissa McCarthy es merecedora de un Oscar, al cual aspira dentro de unos días»

Melissa McCarthy es la falsificadora Lee Israel en ¿Podrás perdonarme algún día?
Oti Rodríguez Marchante

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Un buen personaje y una buena historia son los dos mandamientos esenciales para el decálogo del buen cine, y esta película que firma Marielle Heller es absolutamente devota con el precepto. El gran personaje es Lee Israel, articulista y escritora de enormes y variopintos talentos, alcohólica, antipática, auténtica, insolente y con una vastísima y bastísima cultura, y la historia que se recoge de ella en esta película alude a su peor momento vital, acosada por el fracaso personal y literario, pero también por la necesidad de afilar su ingenio y emprender un trayecto delictivo mediante la falsificación de cartas firmadas por escritores y celebridades que vendía a bibliotecarios y coleccionistas. El título de la película es el mismo que le sirvió a la propia Lee Israel para publicar en 2008 sus memorias, y destila un olorcillo a remordimiento que, tanto el personaje como su historia, falsifican de un modo tan naif, chispeante y eficaz como las propias cartas.

La puesta en escena exprime al máximo la personalidad herida del personaje, su arrinconamiento, su soledad, su entrega al whisky y a su gato, su desprecio a la banalidad y a sus reglas, y la interpretación de Melissa McCarthy inunda por completo esos aspectos, su modo de acodarse en la barra del bar o de crecerse ante editores y plumillas, de andar, hablar, sufrir o exponer miserias y esplendores, es merecedora de un Oscar, al cual aspira dentro de unos días. Y a este personaje y a esta historia le proporciona un vuelo especial la relación que mantienen con otro marginal y perdedor que interpreta (también con la aspiración de un Oscar secundario) Richard E. Grant, pues juntos hacen un revoltillo de drama, tragedia y comedia que descarga amarguras al tiempo que las subraya. El mismo revoltillo que se aprecia entre la simpatía, la culpabilidad y la redención.

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