Crítica de «Ondina»: Sirena en tierra

Christian Petzold cierra un ciclo con su propia versión del mito de Ondina

Ondina de Christian Petzold
Antonio Weinrichter

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El alemán Christian Petzold culmina una década de balance más que notable con su trabajo más desconcertante. Es esta una fábula fantástica rodada sin salirse de su habitual estilo de depurado realismo: de ese contraste proviene el posible desconcierto, si bien es cierto que en su anterior «Transito», protagonizada por el mismo par de actores que esta, hacía algo comparable jugando con la temporalidad del exilio.

La fantasía proviene de que la mujer titular es, o cree ser, una sirena, como indica su mítico nombre. Es un tema atractivo este de la sirena que ama a un varón de tierra adentro, del que Colin Farell y Dennis Hopper han encarnado diversas variaciones, por no citar a Tom Hanks o la variante «trans» de Guillermo del Toro. Sabemos que la cosa tiende a no acabar bien y el mito de Ondina dicta que mate al amante que la despecha antes de volver a zambullirse en el agua.

Los detalles del mito no parecen ser lo que más interesa a Petzold, de hecho no los cumplimenta del todo: ensaya unas cuantas imágenes «más allá de lo real», la mejor quizá sea la que transcurre en torno a un acuario, y hace que el amante de Ondina sea buzo, lo que en manos de otro sería un chiste. Pero este director no brilla por su humor, su talento estriba en arrancar brillantes interpretaciones de sus actores, como aquí Paula Beer, y en poner en escena estados emocionales al límite, como vivía Nina Hoss en «Phoenix», que exploraba una textura genérica más cerca del melodrama: esa intensidad se echa un poco de menos aquí.

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