Crítica de «Noches mágicas»: El cine italiano y los penaltis

Con una estructura nostálgica (los hechos, la investigación de esa muerte, se contarán en flashback) y con un tono divertido, satírico, a veces grotesco, se deshojan los movimientos de los tres jóvenes protagonistas

Fotograma de «Noches mágicas»
Oti Rodríguez Marchante

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Una película sobre tres jóvenes y muy dispares guionistas italianos durante unos días del verano de 1990 tenía que estar, lógicamente, impregnada de nostalgia y de excentricidad. Nostalgia por el cine que se iba (Fellini hizo su última película, «La voce della luna», ese año) o por el Mundial que se perdía en la semifinal contra la Argentina de Maradona, y excentricidad como vaticinio de un estilo de vida y de cine que aporreaban la puerta.

En el preámbulo de la historia que cuenta Paolo Virzi, director que sabe codearse con la extravagancia, como en «Locas de alegría» , hace un sugerente emparedado con la muerte de un veterano productor de cine cuyo coche se despeña al Tíber y la eliminación en los penaltis del equipo italiano.

Con una estructura nostálgica (los hechos, la investigación de esa muerte, se contarán en flashback) y con un tono divertido, satírico, a veces grotesco, se deshojan los movimientos de esos tres jóvenes, finalistas de un concurso de guiones, por ese universo de histeria, embaucadores, parlanchines y aduladores del cine, digamos, italiano. También se intuye en la película una pasión y una admiración por lo creativo y rocambolesco de ese universo, por lo poético, lo auténtico y lo liberador que puede ser parapetarse en la escritura para afrontar la vida.

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