Crítica de 'La maternal': Madres prematuras, o la soledad del pedaleo cuesta arriba

La narrativa de Pilar Palomero es rica en la descripción pero frugal en exclamaciones y prefiere resolver con la elegancia de la elipsis lo que ya se ha incrustado en el relato y sabe o imagina el espectador

Las protagonistas de 'La maternal'
Oti Rodríguez Marchante

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Aquel final de ‘Las niñas’, la primera y anterior película de Pilar Palomero, digno de estar en las antologías del cine español de siempre, hacía razonable el presagio de que esta directora solo podía volver a llamar a nuestra puerta con algo grande, poderoso, hermoso, y también con uno de esos finales de película que lo ponen a uno a rumiar vida durante semanas: una niña que ya le ha dado la espalda a la infancia, una bicicleta, una cuesta arriba, un pedaleo fatigoso, el consuelo momentáneo de una compañía, pero sola, única y el mundo.

La maternal del título es el nombre de un centro para madres menores de edad, apenas niñas que conviven allí durante el embarazo y los primeros meses de maternidad. A ese lugar llega la historia después de unas cuantas secuencias en las que conocemos a Carla, 14 años y ya amotinada con la vida, que vive con su madre, también muy joven. En esas primeras escenas de Carla y su entorno, su madre, el chico, Efraín, con el que mantiene una relación entrañable, fuerte, casi maternal, se aprecia el carácter indómito de un personaje destinado a pedalear cuesta arriba, y la cámara de la directora aún está decidiendo si le cae o no simpático ese personaje.

La narrativa de Pilar Palomero es rica en la descripción pero frugal en exclamaciones y prefiere resolver con la elegancia de la elipsis lo que ya se ha incrustado en el relato y sabe o imagina el espectador: Carla está embarazada y se elude con tres o cuatro detalles la escena engorrosa (y que no puede ser buena) de madre, hija, tutora, reproches…; se pasa por corte a La maternal y queda certificado, sin decirlo, sin gritarlo, el embarazo. Ocurrirá algo parecido después con el nacimiento del niño Efraín, que no necesitamos verlo.

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La maternal

La maternal

Lo que no elude la película es el drama instalado en las vidas de esas jovencitas, las compañeras de La maternal , cuya presentación (cada una de ellas cuenta sus circunstancias con gracia, con frescura, con dignidad…, no son actrices pero saben darse a la cámara con naturalidad) es uno de los momentos más impresionantes. La mirada de Pilar Palomero al lugar, a los personajes, especialmente al de Carla, es de pura carga emocional, a sus cambios, sus colapsos, histerias, sus dudas lógicas ante el peso de la maternidad, y que van a toparse con un instante excelso, el llanto de Carla, la conversación telefónica con su madre y esa petición de que le cante…, ese deseo de lo ya irreversible, de volver a ser niña.

El trabajo de Carla Quílez es gigantesco y ha sido premiado con todo merecimiento en varios festivales, entre ellos el de San Sebastián. Una interpretación rebosante de física y química, y arrasadora de fuerza, genio y sentimiento. Pero, no hay que perderse la intensidad de Ángela Cervantes en su precisa y agridulce composición de la madre, un personaje que tiene otra y gran propia película en ella. Ángela Cervantes, de esa generación ‘Chavalas’ (junto a Vicky Luengo, Carolina Yuste y Elisabet Casanovas), lleva en su tono alto y en su tono bajo (una tristeza tremenda) kilos de significado a la historia que termina donde empieza el mundo.

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