Crítica de «Ane»: Madre e hija

El debut en el largo de David P. Sañudo se estrena este viernes en cines

Fotograma de «Ane»
Antonio Weinrichter

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Esta es una producción vasca hasta las cachas: todos hablan, muy deprisa por cierto, en un vasco supongo que standard menos cuando dicen palabrotas o cuando hablan con la anciana madre de un nacional de segunda generación, pero Ramón y Carmen y los demás no necesitan tirar del castellano. Es también vasca por el carácter, digamos mejor que por la coloratura, de la trama. Estamos en un mundo en el que sólo aparecen jóvenes comprometidos con la lucha, en este caso contra la construcción de una línea de tren de alta velocidad, de la que se nos comentan de pasada sus perniciosos efectos secundarios. Pero el contexto, y a esto me refiero, se da por sabido: en todo caso, las distintas posiciones se solucionan a gritos en un par de escenas.

El centro moral de la película, y visual porque sale prácticamente en todas las escenas, es la madre corajuda que encarna con solvencia Patricia López Arnaiz. La seguimos en su angustiosa búsqueda perpetua de Ane, la titular, y aunque tiende a calentarse hablando con su ex o con el jefe de estudios, la entendemos: cuando tienes una hija dedicada al terrorismo de baja intensidad, tu principal problema no es que la niña deje de ir a clase, ni siquiera que trabajes en la empresa receptora de los petardos que colocan Ane y sus amigos. Solo quieres que la chica venga a dormir a casa.

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Ane

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