Crítica de 'Living': Cuento oriental, ¡y tan británico!

Se puede decir que esta película asume el riesgo de ser fiel a uno de los clásicos del cine japonés sin dejar de ser también fiel a ese cine británico de horma y aroma inconfundibles

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Bill Nighy y Aimee Lou Wood en 'Living'
Oti Rodríguez Marchante

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Gran idea la de retomar con guion de Ishiguro la historia de Kurosawa y su maravillosa película ‘Vivir’ , y llevárselo al Londres de los años cincuenta y situar allí, entre la rutina funcionarial de una ciudad en construcción tras la Segunda Guerra Mundial, al personaje protagonista, el señor Williams, un hombre maduro, viudo y que vive dentro del molde de unos comportamientos rígidos y repetitivos en forma y fondo. El director, Oliver Hermanus , nos introduce en el mundo de Williams y su entorno de papeles, burocracia y monotonía de un modo coreográfico: las idas, estancias y vueltas al trabajo son una danza de ‘tics’, uniformidad y aliteraciones. La dirección artística, la excelente ambientación y fotografía amenizan casi con gracia ese estudio visual del aburrimiento de vida.

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Living

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Como en el clásico de Kurosawa, la historia se ennegrece para Williams con el diagnóstico médico que le pone fecha a su muerte; pero, en realidad, al ennegrecerse, se aclara y entra el otro héroe del argumento: la humanidad. Bill Nighy , un actor que maneja a la perfección lo áspero y lo sensible, le ofrece al personaje ese sustancial cambio que necesita este relato para coger carrerilla emotiva y, sin excesivo esfuerzo aparente, trenza lo dramático entre hebras de ternura y humor, británico como es lógico.

‘Living’ le quita hierro, óxido (y también pegada y profundidad) a ‘Vivir’, y es algo así como un licuado de frutas de lo que era una reflexión inagotable sobre la vida y la muerte. Pero Oliver Hermanus filma con intención el recorrido del personaje, la noche disipada de Williams, su reencuentro con la vida y, especialmente, su relación con la joven y vitalista Margaret (Aimee Lou Wood). Se puede decir que esta película asume el riesgo de ser fiel a uno de los clásicos del cine japonés sin dejar de ser también fiel a ese cine británico de horma y aroma inconfundibles.

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