Crítica de 'The King's Man: La primera misión': Fuegos artificiales antes de la I Guerra Mundial

La película es una montaña rusa de primoroso diseño, en la que es mejor dejarse llevar, para no salir mareado

Ralph Fiennes, héroe de la película 20th Century Studios
Federico Marín Bellón

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En estos tiempos en los que vale más parir una buena saga que una obra maestra, 'Kingsman' no es de las peores. El tercer título de la serie, de nuevo bajo la batuta de Matthew Vaughn , cuenta los orígenes de la agencia de detectives secretos, un recurso tan habitual que fue necesario inventar el término 'precuela' .

La primera misión es tan vistosa y entretenida como la última y se olvida casi a la misma velocidad. El reparto no es menos espectacular, pero Ralph Fiennes , Daniel Brühl , Gemma Arterton , Djimon Hounsou , Stanley Tucci y Tom Hollander ven cómo les pasa por encima Rhys Ifans , en el papel de Rasputín . Robaplanos profesional, como demostró en calzoncillos en 'Notting Hill' a finales del año pasado, el británico compone un personaje tan excesivo que todavía se estará riendo. Su composición es incluso desagradable, pero a la postre es lo más memorable de la cinta, que por otro lado ofrece un acabado impecable. Por tirar de su lado español, podemos fijarnos también en Daniel Brühl, que intenta colarse en la fiesta de Ifans, pero no sabe ni qué pedir en la barra.

Los pormenores del guion, que incluye un guiño gamberro al final de los títulos de crédito, no son tan interesantes como la riqueza de medios con que está rodada cada escena. El enemigo, en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, es un oscuro grupo formado por los peores tiranos de la historia. Un hombre recibe le misión de detenerlos. Fiennes ya brilló al otro lado y entre los buenos suele estar a la altura. No es un héroe a lo Harrison Ford , pero también sabe cumplir años con estilo.

La película es para amigos de las montañas rusas. No da un minuto de respiro. Si uno se deja llevar no es difícil pasar una tarde estupenda, pero quien prefiera un tranquilo paseo en barca se va a marear. Y que nadie pretenda salir del cine con esa sensación de embriaguez que proporcionan los clásicos, no importa el género, cuya huella intangible es capaz de traspasar el tiempo.

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