Crítica de 'El gran Maurice': El peor golfista del mundo: comedia en 18 hoyos

No es que se vea con agrado; es que es un placer verla y entender de ella todas esas cositas sencillas y sabidas que nos cuenta

Mark Rylance en 'El gran Maurice'
Oti Rodríguez Marchante

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Maurice Flitcroft , personaje real que glosa esta película, tiene el dudoso honor de haber sido señalado durante algunos años como el peor jugador de golf del mundo; título no homologado y al que podrían optar cientos y cientos de amantes de ese puñetero deporte. Flitcroft está interpretado por Mark Rylance , uno de esos actores enormes que desaparecen detrás de su personaje como la chica del mago y que aquí compone a un ser entrañable, un ‘cachopán’ obstinado y con un ‘fairplay’ para el juego y para la vida digno de elogio.

Los hechos que se narran encajan perfectamente entre lo humano y lo cómico; a Flitcroft, un operador de grúa que va a ser despedido de su empresa, le da el pronto de presentarse al Open británico y, con el dineral del premio, pues mirar la vida con otros ojos. Una idea perfecta pero con más agujeros que un campo de golf, por las dificultades burocráticas de presentarse al mejor torneo del mundo con la única experiencia en sujetar un palo de golf de quien alguna vez ha cogido un paraguas, y porque luego, allí, en el Open, el agujero es muy pequeño y la bola muy grande.

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El gran Maurice

El gran Maurice

En paralelo a su obsesión, Craig Roberts hace un dibujo al ‘cabroncillo’ de la vida familiar de Flitcroft, de su bendita mujer (Sally 'dibujo animado' Hawkins), de su hijo mayor serio y de un par de gemelos bailarines a lo Travolta que son la monda en el vestir y en el moverse. Y mismo dibujo de los medios de comunicación y su habilidad para romper, cortar, pegar y tunear la vida de un infeliz.

No es que ‘El gran Maurice’ se vea con agrado; es que es un placer verla y entender de ella todas esas cositas sencillas y sabidas que nos cuenta. El encuentro de golfista a golfista de Flitcroft con Severiano Ballesteros (interpretado por Marc Bosch) y otros no menos sorprendentes y graciosos son un enternecedor elogio de la actitud, de la autoestima y del encanto del limpio desaliño.

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