Crítica de 'El frío que quema': La maldad más pura y una enmienda a Tarantino

Santi Trullenque debuta con una película de factura impecable, algo densa, que recuerda al cine de Agustí Villaronga

Greta Fernández y Daniel Horvath, en 'Frio que quema' Filmax
Federico Marín Bellón

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Andorra, 1943. En una aldea fronteriza, algunos vecinos 'pasan' familias en la montaña, a menudo más por necesidad que por altruismo. Los nazis vigilan y castigan sin piedad cualquier intento de emular a Oskar Schindler . Cuando llega una familia de judíos, el deseo de ayudar y el miedo a las consecuencias luchan en la balanza moral de los personajes, algunos de los cuales ya tienen bastante con sus secretos y rencores familiares, capaces de atravesar generaciones.

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'El frío que quema'

'El frío que quema', de disimulado origen teatral, supone el prometedor debut en la dirección de Santi Trullenque . Si un espectador llega a la película sin aviso, podría pensar que es la última de Agustí Villaronga , más aún cuando en el reparto sobresale Roger Casamajor , actor que ha aparecido en media docena de películas del cineasta, que hasta hoy se antojaba inimitable. Más protagonismo aún acapara Greta Fernández , a quien parece imposible pillar en un renuncio.

Pan negro sobre la nieve blanca, 'El frío que quema' camina de forma pesada, como corresponde, y por momentos parece una obra demasiado espesa, aunque de caligrafía primorosa e intenciones elevadas. Es una reflexión sobre la maldad en una de sus formas más puras, que no es propiedad exclusiva del nazismo, y sobre su capacidad para envenenar a la gente 'normal'.

Hay una escena que podría enseñarse en las escuelas de cine como contraposición a aquella tan famosa por la que Christoph Waltz ganó el Oscar, cuando en 'Malditos bastardos' entra en una casa donde se esconde una familia judía. Trullenque y su coguionista, Agustí Franch , se lo toman mucho más en serio que Tarantino , quién sabe si demasiado, y despojan de cualquier sombra de humor negro un asunto que ciertamente no tiene la menor gracia.

Seguro que no es casual que la película, en la que sus protagonistas no se dan prisa ni para apretar el gatillo, incluya una pelea goyesca de hombres matándose casi a garrotazos.

Con un naturalismo apabullante y voluntad de estilo, la historia culmina con un final digno del mejor cine del Oeste, en unos escenarios más fríos y cercanos y un villano más malvado que el personaje más protervo de Jack Palance , pero con unos códigos reconocibles.

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