Crítica de 'Flee': Dibujos animados para describir la barbarie

La película, nominada a tres Oscar, cuenta la huida del protagonista de Afganistán tras la llegada al poder de los talibanes

Amin, protagonista de 'Flee', cuenta su accidentado viaje entre Kabul y Copenhague
Federico Marín Bellón

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'Flee' y 'CODA', dos de los estrenos de esta semana, tienen en común que triunfaron en Sundance y aspiran a triunfar en los Oscar . La película de Jonas Poher Rasmussen , que ya colecciona premios, ya ha hecho historia con su tres en uno de nominaciones, como mejor película internacional, de animación y documental, categoría esta última en la que aparece un poco de rebote. Aunque pierda, competir en las tres categorías es ya algo inédito.

Es cierto que resulta difícil de clasificar, pero 'Flee' no es una película documental, aunque documente hechos verdaderos e incluya imágenes de archivo como prueba de verdad. De animación sí, porque está 'pintada', pero no deja de ser una historia más basada en hechos reales, la tragedia vivida por el protagonista y su familia. Se puede y debe ver como la historia de supervivencia de un ciudadano afgano, homosexual, que huye de la barbarie talibana y encuentra toda suerte de trabas antes de poder instalarse en el mundo civilizado. Si se puede comparar con algún título reciente es con 'Persépolis' o incluso con 'El pan de la guerra' , menos conocida.

Hasta la estructura es la de una película más –dicho sea sin el menor ánimo peyorativo–, equidistante de la fantasía Disney y de los documentales más puros. 'Flee' es casi un 'storyboard' filmado , una forma económica de contar un drama tremendo con pocos medios y, sobre todo, de preservar la identidad del protagonista, un refugiado que desvela su historia secreta a cambio de mantener oculto su nombre.

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'Flee'

El trazo es hermoso y poético , en 2D, sin molestarse en algo tan absurdo como competir en innovación o realismo con un gigante como Pixar. Rasmussen encuentra un modo elegante de narrar la odisea del protagonista entre Kabul a Copenhague. Amin, cualquiera que sea su nombre real, sí utiliza en cambio su verdadera voz calmada para explicar las trabas que debió superar hasta llegar a Dinamarca, lo duro que es ser gay en un país donde ni siquiera se reconoce la palabra, la corrupción generalizada dentro de la Policía rusa, las concesiones y el dinero que hay que pagar a los traficantes de personas para huir de ciertos lugares.

La intrahistoria de la película es reveladora sobre el sufrimiento que vivió Amin. Él y el director se hicieron amigos hace 25 años, pero nunca le contó por todo lo que había pasado. Ahora lo podemos ver en una película, que pase lo que pase, ya ha hecho historia.

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