Crítica de 'Bajo terapia': Cohabitación con vistas

Un tono que combina el drama, chispazos de comedia, aroma de intriga y un muy bien calibrado de la información, la emoción y la conmoción, con un brusco giro, una trampa argumental que no hay por qué decir cuándo ni cómo sucede

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Dos de los protagonistas de la película 'Bajo terapia'
Oti Rodríguez Marchante

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Con un esquema muy sencillo y que responde a la presentación y conflicto de tres parejas que se reúnen y hablan sobre su relación, Gerardo Herrero construye una obra muy personal, en cierto modo casi una declaración de principios, pues ha adaptado a guion la pieza teatral de Matías del Federico, la ha producido y también dirigido. Y, además, ha tenido el olfato o la suerte de encomendarle ‘lo demás’ a un perfecto equipo actoral, tres hombres (Fele Martínez, Antonio Pagudo y Juan Carlos Vellido) y tres mujeres (Malena Alterio, Alexandra Jiménez y Eva Ugarte), todos ellos muy acertados al encontrar el tono justo para el desarrollo de la historia: un tono que combina el drama, chispazos de comedia, aroma de intriga y un muy bien calibrado de la información, la emoción y la conmoción, con un brusco giro, una trampa argumental que no hay por qué decir cuándo ni cómo sucede.

La estructura es clásica, con una rápida presentación, un largo y potente nudo y un sorprendente desenlace; transcurre la historia en el climático despacho de una psicóloga, al que acuden los personajes –que son también pacientes– para una sesión de terapia grupal. La intención del relato es confrontar lo que ‘somos’ y lo que ‘no mostramos’, y está muy orientado a revelar cuestiones de convivencia, de pareja, de machismo, de infelicidad controlada o descontrolada…, en fin, que examina esas hilachas que van colgando y haciendo barros en la vida en común .

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Una situación única (ellas y ellos y sus cosas), un tiempo real y un espacio único que la cámara de Herrero conjuga con mucha vocación de estilo (quizá abuse de las panorámicas circulares) para ir estableciendo relaciones, o novedades en esas relaciones, pero el caso es que funciona el juego textual y visual, pero especialmente el actoral, pues todos ellos consiguen mostrar sus heridas, pero también sus armas sin que resulten afectadas, y se reparten malicia, gracia, condolencia y un punto de crueldad. Es cierto que ellos, los personajes, se acomodan a un tipo de cliché algo basto (‘los tíos’…, ‘las tías’…), pero aquí está el mundo para verificarlos.

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