Crítica de 'West Side Story': El gran cine siempre esperará a Spielberg

Con su entrada en tromba en el musical y por una de sus puertas sagradas, el director consigue engrandecerse como un genio que copia con admiración y que retoca con respeto y acierto

Steven Spielberg descarga su talento en 'West Side Story'

Oti Rodríguez Marchante

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Tan cierto es que Spielberg nunca había hecho un musical como que siempre ha hecho «musicales», y en cualquiera de sus películas (no solo en aquel prodigioso comienzo de «Indiana Jones y el templo maldito») la cadencia de cámara, el compás narrativo, la puesta en escena y la coreografía general están impregnados de lo que se podría considerar una melodía cinematográfica . Con su entrada en tromba en el musical y por una de sus puertas sagradas, una obra mayúscula de Hollywood y de Broadway, 'West Side Story', Spielberg consigue engrandecerse como un genio que copia con admiración y que retoca con respeto y acierto.

La pieza que deja en la pantalla es argumentalmente un calco del original de Robert Wise, y permanece allí todo ese aliento trágico y romántico de la shakespeariana historia de Romeo y Julieta, pero el generoso Spielberg modifica levemente y con sustancia algunos de sus ingredientes no para «modernizarla» sino para adecuarla con estilo, talento y visualidad a los ojos actuales. El ejemplo más claro sería la presencia de «la calle», magníficamente armonizada con su irrenunciable espíritu escénico, y en el maravilloso número «América», más cerrado en la de Robert Wise y aquí abierto por Spielberg a las calles neoyorquinas y agigantada de ímpetu y color la idea coreográfica de Jerome Robbins, el resultado es espectacular y define con exactitud esa idea de admiración y retoque. La sabiduría y la personalidad de tocar lo intocable.

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'West Side Story'

Otro aspecto crucial de su singularidad con respecto y respeto al original es la suave modificación de su carga de emociones : como todo el mundo sabe, en 'West Side Story' se dirimen varios aspectos sociales y personales que tienen que ver con la condición, la raza, la lucha, el territorio y el amor , y esa pelea de bandas marginales (puertorriqueños y 'americanos' hijos de la emigración europea) enardecidas por el odio y por el golpetazo de amor entre uno de los Jets y la hermana del líder de los Sharks, cambia en manos de Spielberg y altera muy sutilmente su zona emocionante, sentimental, y aloja parte sustancial de ella en la fortaleza femenina, especialmente trabajada en los personajes de María (Rachel Zegler) y Anita (Ariana DeBose), hermana y novia de Bernardo, y papeles que interpretaban en la película original Natalie Wood y Rita Moreno. Se traslada, en cierto modo, un algo de la tensión de la masculinidad a un terreno fuerte y femenino.

Y Spielberg ha conseguido hacer de la necesidad virtud , y ante la mirada de su tiempo y sociedad (que discrepa del ahumado de lo blanco, y véase el oscurecimiento de George Chakiris en el personaje del hispano Bernardo en la de Robert Wise) y ha colocado en la escena actores 'naturales', excelentes cantantes y bailarines , que se expresan sin artificio en español y en inglés; David Álvarez compone un fortísimo, atinado y trágico Bernardo, y en este sentido ahí está de nuevo Rita Moreno (la excepción hispana en la de Robert Wise) en un personaje retocado para ella, Valentina, la dueña del almacén donde trabaja Tony (Ansel Elgort) y testigo y conciencia social de la historia.

Son maravillosas las escenas de callejón , los decorados del patio de vecinos donde vive María, los números musicales de Bernstein, la pegada de las canciones de Stephen Sondheim, la delicadeza de los momentos «Tonight», o «María», o «Somewhere»…, y tal vez sea ya ocasión de hablar de Rachel Zegler, con una voz admirable y con una física perfecta (no compite con el aura de Natalie Wood, que no cantaba, pero, fuera del aura, lo pone todo en el plano, desde la frescura a la belleza y, por supuesto, la canción). Y lo mismo se puede decir de Ariana DeBose, arrasadora, impresionante, péndulo emocional y conmovedor de una historia que conjuga lo frenético y lo íntimo. En cuanto al papel de Tony, que encarna Ansel Elgort con mucho encanto físico y algo menos de fuerza transmisora, funciona bien en su protagonismo de contraplano, tal y como pasaba con Richard Beymer en la película de 1961. Ahí, en territorio de los Jets, quien consume y produce mayor intensidad y pasión es el personaje de Riffs, puro Shakespeare, que interpreta el excelente y casi desconocido Mike Faist.

Pero el genio de la función, de la lámpara, es Steven Spielberg, que ha puesto toda la inmensidad de su cine en honrar «West Side Story», en que la veamos en toda su grandeza y con toda la modernidad que ya tenía. Con toda la sustancia de Wise, de Bernstein, de Jerome Robbins, de Sondheim, y volverla a contar desde los ojos y la luz de su imaginación y el brazo infinito de su cámara.

La cuestión no es, desde luego, ¿cuál de las dos «West Side Story» es mejor?

La cuestión es qué poco le quita Spielberg y cuánto le pone. O más lejos: ¿qué otra película de las grandes de la historia del cine querría ver con la mirada y el músculo de Spielberg?

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