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O elecciones, o ¿qué?

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Al secretario general del PP, Ángel Acebes, le resultaba ayer «muy duro» decir que «el proyecto del señor Rodríguez Zapatero es el proyecto de ETA», pero lo dijo, como si estuviera cumpliendo un penoso deber. Debe añadirse inmediatamente que a partir de ahí, la política española se adentra en una espesura inexplorada o, al menos, eso es lo que una afirmación de ese calado moral indicara, abriendo espacio a las tinieblas. Y alguien empieza a sugerir un adelanto electoral.

Los dirigentes populares se estarían jugando gran parte de su resto en la mesa del póquer político. ¿Por qué esa apuesta que parece a la desperada cuando todo el arco parlamentario rechaza el enfrentamiento entre partidos en esta circunstancia aparentemente favorable al fin de la violencia etarra? Y para evitar el enfrentamiento de hoy, a la hora de votarse en el Congreso las resoluciones derivadas del debate sobre el estado de la Nación, el PNV presentaba el lunes, cuando iba a cerrarse la ventanilla del Registro, una enmienda orientada a sustituir la que el PP ha presentado sobre rechazo al diálogo con la banda terrorista, en la que incluye a Batasuna por las razones que han dictaminado su ilegalización. En el fondo, el PP sostiene que hasta que ETA no entregue las armas y se disuelva, pidiendo perdón a las víctimas, el diálogo no debe producirse.

Pero de ahí a identificar el proyecto del jefe del Gobierno con el de la banda terrorista hay un margen enorme de falacia, y aunque el PP actúe ahora resentido porque, en el segundo día del debate sobre el estado Nación, Zapatero mantuvo con el portavoz del nacionalismo vasco un diálogo no muy pormenorizado sobre el llamado proceso de paz, cuando Rajoy había dado un ejemplo de elegancia parlamentaria al no sacar a debate ese asunto, la reacción de cortarle apoyo al Gobierno parece un tanto exagerada y necesitaría una explicación a la sociedad española.

Acebes habló a la prensa tras la reunión de la ejecutiva popular, por lo que sus juicios de valor no deben considerarse improvisados, pues hasta el mismo Rajoy, por la mañana, había marcado la línea que luego iba a seguir y endurecer su secretario general. Se ignora lo que esperaría la sede popular de Génova de unas elecciones anticipadas, pero no se entiende qué otra finalidad persigue. La ejecutiva del PSOE también analizó la situación originada por el cierre de cualquier apoyo popular, y José Blanco dijo que el PP parece tener «mucha prisa en hacer que el proceso de paz descarrile antes de empezar», añadiendo que «la paz no puede pagar los platos rotos de una oposición fallida ni de una derrota clamorosa» en el último debate parlamentario.

Y la pregunta del día, que será la del mes o la de año, es si el Gobierno puede recorrer el camino hacia el fin de la violencia sin el PP y teniendo al PP en contra. José Blanco aseguraba ayer que el proceso de paz «no se va a paralizar por la crisis interna del PP» («Crisis, what crisis?»), y afirmaba que el PSOE mantiene el diálogo abierto con el PP, probablemente con la esperanza de que los populares vuelvan a aceptarlo, y por ello intentan los socialistas afinar su «labor de persuasión».

Va a ser, sin embargo, difícil persuadir a un partido férreamente asido a sus propias tesis, una de las cuales es que «este proceso (el llamado de la paz) es un fraude», y es un fraude, según Acebes, porque no se busca la derrota de ETA sino crear «un escenario político que permita al PSOE pactar con ETA/Batasuna, cambiar el modelo constitucional y marginar al PP». Para dar respuesta a estas acusaciones no sirven del todo las palabras. Cuando el presente político se enrarece de esta manera, son lógicos los análisis que sugieren, sin urgencia pero sin excesiva demora, nuevas elecciones generales.