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La loca política catalana

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Empiezan los preparativos para el referéndum sobre el Estatut de Cataluña. Vaya por delante que pienso que este texto, que anda muy lejos de lo técnicamente perfecto, ni es anticonstitucional ni fomenta riesgo alguno de ruptura de España; todo lo contrario, me parece que es la última oportunidad de contener las incesantes reivindicaciones nacionalistas catalanas. Al menos, por un tiempo. Pero ¿qué es la política sino el arte de ganar tiempo evitando situaciones dramáticas?

Claro que ese pacto a la catalana en torno al Estatut, lleno de seny y pragmatismo, y con bastantes dosis de oportunismo y unas gotas de cinismo, contiene tal cúmulo de contradicciones que a cualquier observador llegado de lejos le costaría entenderlo: el principal impulsor del Estatut, teóricamente el actual president de la Generalitat, Pasqual Maragall, ha sido el primero en descalificar como «insuficiente» este texto. Y, sin embargo, será el encargado con más relumbrón de pregonar el sí en mítines y actos electorales ante el referéndum del 18 de junio, porque el voto afirmativo es la opción oficialmente adoptada por los socialistas catalanes.

Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que todo sea paz y armonía en el Partido de los Socialistas Catalanes (PSC), cuyo secretario general, el ministro de Industria José Montilla, está sutilmente enfrentado a Maragall, a quien el PSC y el Gobierno central han procurado por todos los medios quitar de la Generalitat a la vista del caos en que ha sumido a la política catalana en su conjunto. Lo que ocurre es que Maragall, que acaba de concluir una remodelación de su Govern que ha disgustado profundamente en La Moncloa, ha puesto pie en pared y resiste: está profundamente herido.

Porque sabido es que el presidente del Gobierno central, José Luis Rodríguez Zapatero, correligionario y ex amigo de Maragall tiene ya pactado el futuro con el jefe de la oposición catalana: lo hablado es que Maragall no volverá a ser candidato a la presidencia de la Generalitat (aunque oficialmente los socialistas digan que sí lo será), y que se facilitará que Artur Mas, líder de la opositora Convergencia Democrática de Catalunya, sea quien, tras las elecciones, presida la Generalitat, mediante un acuerdo con el PSC.

De ello se encargará un maniobrero nato como Montilla, personaje con escaso carisma que podría ser designado por el PSC como candidato a la presidencia de la Generalitat, sabiendo que sus posibilidades de vencer a Mas son mínimas. De manera que el diseño actual pasa por un Artur Mas ganador de las elecciones y aupado a la presiencia de la Generalitat por los socialistas y, quizá, con Montilla como conseller en cap. Hasta se ha hablado de detalles secundarios, por ejemplo que Zapatero ofrecerá entonces un ministerio al incómodo socio de Mas, el democristiano Duran i Lleida. Todos salen ganando...menos Maragall, que tiene por delante una dura pelea para revalidar su candidatura al cargo. No tiene a Zapatero como aliado en esa pretensión, desde luego. A Montilla, tampoco.

Qué duda cabe de que el Estatut será aprobado en referéndum. Pero, a la vista de todo lo antedicho, dígame usted si le extraña que los sondeos indiquen que el vencedor en este referéndum será, en realidad, la abstención. Dicen que cada país tiene los gobernantes que se merecen. En Cataluña, al menos en Cataluña, vista la trayectoria de esta Legislatura --que presumiblemente se acortará, convocándose elecciones autonómicas poco después del referéndum, en un intento de Maragall por perpetuarse en el puesto--, lo menos que se puede decir es que la clase política tiene un nivel bastante inferior al del común de los mortales. Menudo follón han montado, tan innecesario.