Sarcófago de hormigón sobre el reactor número 4. / EFE
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Las cenizas de Chernóbil

El 26 de abril de 1986 tuvo lugar en Ucrania el más grave accidente nuclear de la historia. Veinte años después, aquella tierra y sus habitantes son sólo fantasmas

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Supuse que algo anormal había pasado porque me despertaron las sirenas de los coches de bomberos», relata Oleg Zuikov, que tenía 15 años cuando saltó por los aires el reactor número 4 de la planta atómica de Chernóbil, en la entonces soviética Ucrania. Él, sus padres, Vladímir y Ludmila, trabajadores de la central, y su hermana Svetlana, vivían entonces en Prípiat, situada a dos kilómetros del lugar del accidente. Prípiat, que lleva el nombre del río que atraviesa la provincia y cuyas aguas sirvieron para refrigerar los reactores, fue terminada de construir en 1977 para dar acogida a los empleados del complejo nuclear. Ahora es una ciudad fantasma en donde el tiempo se detuvo bruscamente aquel funesto 26 de abril de 1986.

«Mucha gente dijo haber oído la explosión, pero nosotros no la sentimos, se ve que dormíamos profundamente», recuerda Zuikov, actual director de marketing de la financiera ucraniana AMP. Es la segunda vez -la primera fue en 1996- que el joven ejecutivo tiene la oportunidad de visitar la localidad en donde nació y pasó su infancia. Zuikov muestra a este corresponsal el piso que habitó, amueblado todavía, y el aula en la que asistió a su última clase, el día 25 de abril de 2006, antes de abandonar para siempre Prípiat. «Dejamos la ciudad en nuestro propio coche, prácticamente con lo puesto, el día 27 por tarde». Junto al portal de lo que fue su casa, pueden verse todavía los restos oxidados de la cocina eléctrica que no pudieron llevarse por las prisas.

Experimento

Las dos explosiones que destruyeron el bloque 4 de la central de Chernóbil se sucedieron con un intervalo de escasos segundos. Lo sucedido fue consecuencia de un experimento mal planificado y de una sucesión de fallos y errores fatales que hicieron perder a los ingenieros el control de la reacción en cadena. El derrumbamiento del techo y la pared este de la sala del reactor posibilitaron un escape radiactivo sin precedentes.

Prípiat fue la primera población en recibir el embate de la nube radiactiva. Los responsables de la central nuclear solicitaron, ya en la madrugada del día 26, el desalojo inmediato de la ciudad y los pueblos de la zona, pero la dirección comunista se lo pensó. La orden de evacuación no llegó hasta el día 27, cuando los pobladores de Prípiat llevaban casi 36 horas expuestos a una radiación 40 veces superior a lo que el cuerpo humano puede soportar. La cúpula soviética intentó ocultar al mundo la tragedia, pero el día 28 era ya la noticia que abría los diarios de todo el planeta. Para que no cundiera el pánico, el desfile conmemorativo del 1 de mayo en Kiev, la capital ucraniana, no se suspendió, pese a los altos índices de radiación que se registraban. Eso sí, los jerifaltes comunistas se preocuparon de enviar a sus hijos a lugares seguros, lejos de la capital y de las regiones afectadas.

Zona de exclusión

«El desalojo comenzó a primeras horas de la tarde del día siguiente a la explosión», comenta Zuikov. A la ciudad llegaron varios trenes de pasajeros y más de un millar de autobuses. En poco más de tres horas, los 50.000 habitantes de Prípiat habían sido evacuados. Algunos, como fue el caso de la familia Zuikov, utilizando coches particulares. En la semana siguiente se completó la evacuación de todo el territorio circundante a la central nuclear en un radio de 30 kilómetros, la llamada zona de exclusión, cerrada todavía hoy día a cal y canto. En total, fueron desplazadas 116.000 personas, a las que años más tarde se unieron otras 230.000.

A partir del 3 de mayo de 1986, en el área de Chernóbil, pueblito que da nombre a la central y que está situado a 16 kilómetros de ella, sólo podían entrar los empleados del complejo y los liquidadores, heroicos bomberos, soldados y voluntarios que participaron en las labores de extinción del incendio y sellado del reactor accidentado. «La mayoría no sabíamos que estábamos sacrificando nuestras vidas y nuestra salud», se lamenta Pável Lukashov, unos de los 650.000 liquidadores movilizados.

En un titánico esfuerzo que costó la vida a 31 de estos trabajadores -los primeros muertos de una catástrofe que ha causado ya varios miles de muertes- las emisiones radiactivas a la atmósfera pudieron ser detenidas diez días después de la explosión. Hasta ese momento, el reactor tuvo tiempo de escupir más de 50 toneladas de isótopos de uranio, plutonio (con una vida media de 24.000 años), cesio-137 (30 años), estroncio-90 (28 años), yodo-131 (8 días) y americio (decenas de miles de años) que contaminaron una superficie de más de 200.000 kilómetros cuadrados en Ucrania, Rusia y, sobre todo, la vecina Bielorrusia. Se calcula que la radiactividad liberada equivalió a 500 bombas atómicas como la de Hiroshima.