DIENTES DESGASTADOS. El molde de esta dentadura muestra claramente las consecuencias del bruxismo.
Sociedad

Un rechinar de dientes

Una de cada cuatro personas sufre bruxismo, el hábito involuntario de apretar o rechinar la dentadura que produce desgastes, fracturas, hipersensibilidad y dolor de mandíbula

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Apretar los dientes en una situación de extrema tensión no tiene nada de raro. Casi todo el mundo lo hace. Pero presionar o rechinar los dientes continuamente, de día o de noche, hasta hacerse daño en la mandíbula o desgastarse la dentadura, es una enfermedad. Se llama bruxismo o bruxomanía y, aunque la padece una de cada cuatro personas, la mayoría ignora el problema hasta que es demasiado tarde. Si uno se fija en las bocas de la gente, enseguida identificará a los bruxómanos, sobre todo, a los rechinadores, que pueden desgastar sus dientes delanteros hasta casi hacerlos desaparecer. Los apretadores son más difíciles de reconocer porque, en general, los daños se localizan en la mandíbula y en las muelas. En cualquier caso, los dentistas son perfectamente capaces de detectar a unos y a otros. En el tratamiento no hay tanto consenso: los especialistas recomiendan desde férulas para dormir hasta fármacos para la ansiedad, yoga, psicoterapia y aparatos de biorretroalimentación.

Bruxismo es el hábito involuntario de apretar o frotar los dientes cuando no se está masticando. Hay personas que aprietan o rechinan los dientes pero no tienen síntomas. En general, es peor el bruxismo nocturno, ya que es más difícil de controlar.

«Generalmente el paciente no es consciente de su hábito -explica la dentista Carmen Leal-. El descubrimiento suele ser accidental en una consulta por otro motivo. Cuando es el propio paciente el que acude por este motivo, se encuentra en una fase avanzada». Según la médica-odontóloga, en estos casos el paciente relata una rápida disminución del tamaño de sus dientes. «En realidad -añade- hace quince, veinte o treinta años que rechina, pero al ser el esmalte (la capa más superficial del diente) una estructura muy mineralizada, muy resistente, ha transcurrido mucho tiempo hasta eliminarlo por completo. Una vez al descubierto la segunda capa o dentina, de menor resistencia, el paciente verá cómo sus dientes reducen considerablemente su tamaño en pocos meses». De hecho, recalca Carmen Leal, «en general, en los primeros años el desgaste es tan lento que el paciente cree haber tenido los dientes siempre así de pequeños».

Sea cual sea la percepción del paciente, para el dentista no es difícil detectar el bruxismo en fases más tempranas. «Se puede observar un desgaste inusual para la edad de paciente, una hipertrofia (engrosamiento) de los músculos que mueven la mandíbula o unos ruidos de la articulación que une la mandíbula al cráneo», indica la especialista.

Hay otras señales de alarma. A veces, el rechinamiento nocturno es tan fuerte que el sonido despierta al compañero de cama. Cuando el esmalte se estropea y queda al descubierto la dentina, los dientes son muy sensibles al frío o al calor. También pueden producirse fracturas: se desprenden pequeñas esquirlas, el diente se quiebra de arriba a abajo o se fractura por la base.

Algunos síntomas están centrados en la mandíbula: aparece dolor, inflamación, dislocación, crujido o chasquido en la articulación temporo-mandibular. También pueden presentarse dolores de cabeza, oído o cuello, insomnio, depresión, trastornos alimentarios, ansiedad o estrés. A veces se producen mordiscos involuntarios en la parte interior de la mejilla o en la lengua.

Para diagnosticar bruxismo es necesario descartar que estos síntomas tengan otro origen: por ejemplo, hay infecciones de oído, disfunciones en la articulación temporo-mandibular y otros trastornos dentales que pueden producir síntomas similares.

Hay dos tipos de bruxismo: céntrico (apretamiento) y excéntrico (rechinamiento). El primero es preferentemente diurno y produce menos desgaste dentario y más afectación muscular y articular. El segundo es sobre todo nocturno -cuando desaparecen los mecanismos de alerta- produce un gran desgaste dentario y una menor afectación muscular.

Causa desconocida

La especialista destaca que la causa de este hábito o parafunción es desconocida: «Hay dos factores que subyacen siempre: las alteraciones oclusales y el estrés emocional. Sin embargo, no sabemos por qué, concurriendo ambos, se da en unas personas y en otras no».

Las alteraciones oclusales son trastornos en la forma de encajar los dientes y muelas superiores e inferiores que impiden que la mandíbula se desplace adecuadamente en todos sus movimientos. Estas anomalías pueden ser genéticas, pero a veces tienen su origen en la pérdida de alguna pieza dental que ocasiona movimientos en las restantes. En cuanto al estrés emocional, la médica matiza que puede aparecer en casi cualquier persona y es muy difícil de controlar.

Algunos expertos apuntan que algunos tipos de personalidad y ciertos estilos de vida favorecen el bruxismo. Así, parece ser más frecuente en personas muy competitivas, agresivas o que experimentan con frecuencia ira, dolor, frustración o tensión. Situaciones que provocan ansiedad o estrés pueden potenciar el hábito de forma puntual.

Un capítulo aparte merece el bruxismo infantil, en el que ni las causas ni las consecuencias del bruxismo coinciden con las descritas. Suele aparecer en niños y niñas de 4 a 6 años y disminuye con la edad, a medida que salen los dientes permanentes. La mayoría de los niños no sufre dolor en la articulación de la mandíbula, pero algunos sí presentan desgaste en los dientes de leche.

El bruxismo infantil no suele tratarse. No obstante, es conveniente que los pequeños tomen un baño por la noche para acostarse relajados y que eviten ejercicios, juegos o programas de televisión violentos. Muchas veces es suficiente con cambiar al niño de postura cuando se le oye rechinar los dientes mientras duerme.