MAR DE LEVA

El Capitán Trueno entra en el Congreso

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Sin hacer demasiado alboroto, y coincidiendo con el cincuentenario de su primera publicación, el Capitán Trueno entró el otro día en el Congreso de los Diputados. Una propuesta no de ley del grupo socialista, encabezada por Carme Chacón, secretaria de estado de Cultura, consiguió aprobar la instauración de un Premio Nacional del Cómic y, todavía más, de crear una comisión que estudie la concesión de ayudas a la historieta, un medio expresivo, artístico y de comunicación injustamente minusvalorado y olvidado por nuestras instituciones estatales durante demasiado tiempo. El hecho de que, además, la propuesta obtuviera el apoyo unánime de todo el arco parlamentario duplicaba la sorpresa y hasta el estupor de quien esto escribe al escuchar a sus señorías mencionar a personajes y autores y salones y editoriales con la misma soltura que cualquier aficionado o coleccionista: nuestros representantes, desde luego, se traían la lección bien aprendida. La propuesta, como bien recalcó el representante del Partido Popular, no hace sino continuar y hasta ampliar la concesión anual, cuando éste estaba en el poder, de la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes a diversos dibujantes de historieta, una medida impulsada por el antecesor de la señora Chacón, Luis Alberto de Cuenca. Es bueno saber que al menos estamos de acuerdo en algún aspecto de lo que es la cultura. Son muchas las localidades, incluida la nuestra, que celebran salones del cómic o potencian concursos para nuevos valores, aunque luego éstos no encuentren un sitio donde continuar perfeccionando sus cualidades artísticas. Hace muchos años, en pleno tardofranquismo agonizante, ya se hizo campaña institucional: «Donde hay un tebeo, habrá un libro», rezaba aquel lema que molestó bastante a los sectores profesionales (nadie acepta que los tebeos sean sólo para niños) aunque la iniciativa fuera loable y quién sabe si, de haber tenido continuidad, nos habríamos adelantado unas cuantas décadas al fenómeno Harry Potter y su envidiable reclamo como foco lector de la juventud. Porque la historieta, el cómic, los tebeos, esa máquina de sueños y entretenimiento que alegraba las pajarillas de todos los niños de 7 a 77 años, lleva mucho tiempo de capa caída. Ya a principios de los años 60 la televisión le asestó un golpe de muerte (es significativo que, un día después de aprobarse esta propuesta empiece una huelga en TVE), y luego vino la música pop, y después los videojuegos y los ordenadores como centro de atención de quien era originalmente su principal destinatario. Hoy los niños no leen tebeos porque tampoco hay tebeos para niños, y en consecuencia se llega a la adolescencia y a la juventud sin tener muy dentro del organismo ese gusano maravilloso que es la necesidad continuada de lectura. Lo que empezó siendo un medio popular (lo inventó William Randolph Hearst para vender periódicos y atraer con la estética de los dibujitos a los emigrantes que no sabían leer) hoy en día es un producto elitista al que se llega tarde, de rebote, y sin que apenas exista en nuestro mercado producción propia: todo viene de Japón o de los USA que nos usan. Igual que se toman medidas para proteger el cine, es necesario que no olvidemos la historieta: desde hace décadas, nuestros dibujantes y guionistas sobreviven trabajando para el extranjero y haciendo tebeos impersonales los que sobreviven dentro del medio. Existen anécdotas dolorosas de grandes autores que tuvieron que dedicarse a la cerámica o la albañilería. Hoy no existe ningún componente emocional hacia personajes propios y contemporáneos como pudo haberlos en tiempos hacia la famila Ulises, Josechu el Vasco, El Cachorro, El Guerrero del Antifaz, Esther o Cuto, por nombrar unos cuantos personajes a voleo, porque casi no tenemos personajes de historieta nuevos y propios. Si además reconocemos que, pese a sus ciento y pico años de historia es imposible para un lector (o un estudioso) de hoy tener acceso a las fuentes y revisar tebeos que fueron popularísimos hace 30 o 40 años, porque no existen reediciones ni bibliotecas que conserven ese tesoro histórico de nuestro pasado que nos explique de dónde venimos y haga que nuevas generaciones quieran continuar con la cadena, nos encontramos con la paradoja de que la historieta no tiene historia.