Editorial

Soldados sin honor

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Las imágenes de un grupo de soldados británicos maltratando a unos jóvenes iraquíes detenidos tras una manifestación están dando estos días la vuelta al mundo y son seguidas con especial atención en el escenario musulmán. Muy consciente de ello, la prensa británica ha pedido una reacción rápida y contundente frente a unos hechos que han saltado a la palestra pública tras la difusión por el semanal News Of The World de un estremecedor vídeo de un minuto. Y la realidad es que tras la crisis de las viñetas sobre Mahoma, este incidente lleva todo el camino de arrojar más combustible a una hoguera de por sí bastante inflamada.

Ya algunos militares británicos habían sido condenados por maltratar prisioneros en Irak y otros fueron absueltos por falta de pruebas, pero el documento de las imágenes parece ahora abrumador y añade una nota particularmente detestable: el cámara que graba la hazaña jalea a sus compañeros y se burla de los gritos de dolor y las súplicas de los agredidos. Por si fuera poco, se advierte que entran otros soldados al interior del acuartelamiento sin que ninguno parezca impresionado por lo que sucede. El hecho es un desastre para la reputación de las tropas británicas, que tenían a gala hacer su función de estabilización mejor que las norteamericanas y haber restaurado el orden más con trabajo político y diálogo social que por la fuerza. Percepción que, con todo, no estaba muy clara desde que elementos de las fuerzas especiales británicas asaltaron una comisaría iraquí para rescatar a dos de sus hombre retenidos bajo la acusación de disparar sobre vecinos de Basora. Ahora, el mal está hecho y las televisiones árabes reproducen sin cesar las imágenes.

En términos políticos, las consecuencias van a ser devastadoras por cuanto son un auténtico regalo para el terrorismo yihadista y sus fanáticos dirigentes que no tardarán en sacar partido de ello. Además, la negligente actuación de los soldados británicos contribuirá sobremanera a profundizar la hostilidad pública a la guerra de Irak, muy alta en el Reino Unido y directamente causante de la fuerte pérdida de apoyo sufrida por el neolaborismo en las últimas legislativas. Tony Blair ha prometido una inmediata investigación -en curso ya y con las primeras detenciones en marcha- y se ha manifestado conmovido, pero seguro de que los autores son una exigua minoría que no representa al conjunto de las fuerzas armadas británicas. Nadie duda de que sea así, pero el Gobierno de Londres debe ser inflexible y, si quiere limitar los daños, pedir excusas y llevar rápidamente ante un juez a los responsables de tan lamentable acción.