OPINIÓN

El nunca se movió

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Durante una entrevista, cuando ya viejo promocionaba el brillante collage de Vidas cruzadas, el periodista le preguntó: «¿El éxito de esta película compensa todos los bandazos que ha dado en su carrera?». Con ese hu-mor agrio que hace comestible la sordidez sumergida en sus películas, Robert Altman contestó: «Yo nunca he dado bandazos. Siempre he ido en línea recta, nunca me he movido, en todo caso, los que cambian de opinión respecto a mí son todos los de-más». Esa brillante réplica resume su obra. Siempre hizo lo que quiso. Esa actitud siempre es un mérito vital, pero mantenerla frente a la omnímoda industria norteamericana roza la proeza.

El mundo le descubrió con MASH, con la que demostró que era capaz de mostrar el absurdo de una guerra innecesaria e interesada (todo vuelve) al tiempo que provocaba sonrisas cómplices. Además, con el drama generacional de Vietnam como escenario. Hay que saber hilar fino y escribir entre líneas para obrar semejante prodigio.

Desde ahí, hizo lo que quiso, con dinero y sin él, tras un éxito y después de un batacazo, pasó de la comedia coral al drama de época, incluso coqueteó con la frivolidad (Pret a porter y El doctor T y las mujeres) pero siempre con la premisa de la ironía, con un bisturí que disecciona lo de-leznable de la condución humana. Ahora, Hollywood cree devolverle la estatuilla que le regateó. Como con Hitchcock, Chaplin, Newman o Brando, el muñeco dorado llega tarde o nunca, pero da igual. Altman ya se vengó con El juego de Hollywood. Ya dejó escrito en esa joya de artesano todo lo que piensa de la industria. Una vez más, hizo lo que le dio la gana. Una vez más, los que cambian de opinión son los demás. El viejo sigue en el mismo sitio.

Larga vida al hombre que de-mostró, con un simple plano me-dio, que Julianne Moore es pelirroja de nacimiento.