Cultura

La poesía que viene

Los poetas Raúl Losánez y Abraham Gragera publican su primer libro

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Dicen las estadísticas que las ventas de libros en estos días navideños pueden superar a las de la vuelta de los niños al colegio en septiembre, aunque evidentemente la naturaleza de los títulos difiere de forma considerable. A veces entre los manuales otoñales de Conocimiento del Medio o plástica puede colarse, ya que estoy en la librería, alguna novela, preferentemente histórica. Es la moda.

Será precisamente este tipo de narrativa la que se seguirá consumiendo preferentemente, pero ahora en forma de regalo que corre el riesgo de quedar olvidado en cualquier estantería, porque a quién se le ocurre pedir un libro a los Reyes Magos. He aquí lo dramático y paradójico del libro como objeto: se trata de un regalo resultón, pero de escasa demanda. Y aquí también se halla el error: el libro no es un objeto más, como un collar de perlas o un cenicero.

No obstante, no toca ahora ponerse el traje de luto por el futuro incierto del libro y de la literatura, sino que hay que vestirse de fiesta, porque celebramos la aparición de dos nuevas voces. A diferencia de la mayoría de los que se aventuran en el mundo de la literatura, no se trata de advenedizos exploradores del éxito fácil a través del subgénero histórico; ni siquiera han optado por la novela, el más rentable de los espacios literarios. Hablamos de dos poetas jóvenes, Raúl Losánez y Abraham Gragera, que acaban de publicar su primer libro.

Raúl Losánez, amparado y prologado por el radiofónico y también poeta Javier Lostalé, ha sacado El decurso inesperado en la editorial Vitruvio. Abraham Gragera, sin padrino que lo arrope o introduzca, publica Adiós a la época de los grandes caracteres en la valenciana Pre-textos.

Aparte de que se trata de dos primeros libros, de que ambos autores son jóvenes -34 años Losánez y 32 Gragera- y los dos nacidos en Madrid, existen más divergencias que coincidencias entre los autores y sus obras.

En primer lugar, hay que destacar el recorrido por varias antologías de Abraham Gragera. El hecho de haber aparecido seleccionado entre los poetas españoles más jóvenes hasta en cuatro ocasiones -quizá la más significativa sea La lógica de Orfeo de Luis Antonio de Villena- habla de un trabajo consciente, madurado a lo largo de los años y con plena conciencia de la importancia de la humildad y la paciencia en poesía. El trabajo de Losánez no se había visto reflejado hasta El decurso inesperado más que en el silencio de su mesa de operaciones versificadoras, en sus lecturas -que parecen orientarse hacia una poesía tradicional y clásica- y en las conversaciones con amigos de intereses afines.

Como acabamos de señalar y siguiendo los criterios de Luis Antonio de Villena en su antología La lógica de Orfeo, podemos afirmar que otra de las diferencias entre los poemarios que aquí nos ocupan tiene que ver con el marco en el que se pueden encuadrar los dos libros.

Se puede decir que los poemas de Adiós a la época de los grandes caracteres se ciñen a esa tendencia órfica que da título a la antología de De Villena, a un irracionalismo cognoscitivo que aspira a desvelar lo inefable de la realidad. Por su parte, los poemas de El decurso inesperado transitan un camino mucho más trillado y repetido, el del realismo, el de la voz lógica como diría De Villena.

No hay que ver en esto, sin embargo, una tara o un déficit en el caso del libro de Raúl Losánez, sino que hay que entenderlo como una opción más de modulación de la voz poética a la que aspira el autor. Lo que sí llama la atención en El decurso inesperado es la debilidad de esa voz que más bien parece eco, quizá por el tipo de versificación utilizada, por los temas elegidos o por el tono adoptado -o por las tres circunstancias a la vez-.

A los versos de Losánez parece faltarles el vigor irracionalmente críptico de muchos de los de Gragera, su variedad y sus cabriolas asociativas que recuerdan a algunos de los mejores intentos de la poeta cordobesa Elena Medel. Esta tarde las rosas tenían el aspecto de saberse orejas./ Si siguen así acabarán diplomándose en vida// de los insectos. Y vendrán divertidos buzopeces a estudiarnos./ Seres impedernibles pero no fabulosos// desde el punto de vista del galápago, esa mezcla/ de zoología, geología, botánica y costumbres, escribe Gragera en su poema Sexo Sordo.

Entre la voz lógica y la voz órfica, entre el primer libro de Raúl Losánez y el de Abraham Gragera, entre la línea de Vitruvio y la de Pre-textos, entre los dos extremos del panorama poético actual, desterremos estas navidades a los ángeles y los demonios, a los códigos secretos, a los misterios envueltos en sábanas santas, a las historiadoras, y regale o regálese un poemario. Dejémosle un espacio a la poesía y contradigamos a las estadísticas navideñas.