Cultura

El niño soñador ya es centenario

Su primera página acaba de cumplir cien años y 'El pequeño Nemo' de Winsor McCay aún asombra por su dibujo impecable y su fantasía risueña

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El pasado 15 de octubre se cumplieron cien años desde aquel de 1905 en que el New York Herald publicó, en su sección dominical de cómics, la primera página de Little Nemo in Slumberland. El pequeño Nemo también es un chavalín neoyorquino y suele vestir pijama en vez de camisón, pero no son dichos detalles los que le permitirían disputar al famoso Yellow Kid de Outcault, que lo precedió una década, el honor de ser el primero en la historia del cómic, sino la calidad deslumbrante del dibujo, la habilidad narrativa y la osadía técnica de la que hizo gala siempre su creador. Las viñetas de Outcault fueron tan populares que convirtieron a su chaval de amarillo en un pionero plausible, pero comparadas con las de McCay parecen simplemente chapuceras.

Winsor McCay (1867-1934) publicó las páginas en que narró los sueños de su pequeño Nemo cada domingo entre el citado de 1905 y el 26 de diciembre de 1913, primero en el Herald y luego en el New York American de W. R. Hearst. Éste pagaba mejor, pero era tan tiránico como el Kane de Orson Welles, su correlato cinematográfico; le prohibió seguir dibujando la serie y crear dibujos animados para que se dedicara exclusivamente a ilustrar los editoriales de su diario. McCay cobró y se avino a dejar la historieta y la animación. Ahí acabó la carrera de uno de los pioneros de ambos modos de expresión y del primer artista con mayúscula en ambos. Lo que siguió dio prueba de la maestría del dibujante para acompañar visualmente los sermones del director del New York American, pero palidece ante las creaciones propias de McCay.

El pequeño Nemo es la principal. McCay la situó en el universo de los sueños, al igual que una serie precedente para lectores adultos, en la que narró invenciones pesadillescas suscitadas por cenas pesadas. Lo onírico le proporcionaba campo abierto para disparatar fantasías visuales, que sólo su dominio asombroso del dibujo podía tornar creíbles. Nemo duerme al inicio de cada página dominical y el sueño lo embarca en aventuras sin medida hasta que, en la viñeta final, despierta y vuelve al mundo de las realidades cotidianas del lector, que sólo abandonará de nuevo en la siguiente página.

En sus aventuras soñadas, el chavalín fue encontrando compañeros que le indujeron al estropicio y a la peripecia disparatada, el gamberro Flip y el selvático Jungle Imp, pero la serie mantuvo siempre un tono amable. McCay la dibujó para divertirse y para divertir. Las alusiones críticas a poderes y creencias sociales fueron discretas. En la famosa página de la cama andante del 26 de julio de 1908, el trote del lecho que montan Nemo y Flip sobre los tejados de la ciudad acaba bruscamente cuando una de sus patas tropieza con el pináculo de una iglesia: una broma casi privada de McCay, que era masón. La fantasía y el humor afable de la obra la libraron de los ataques de los conservadores contra los cómics, que ya por entonces corrompían a la infancia e inducían a los peores excesos.

Pionero cinematográfico

McCay confesó que dibujaba su personaje tomando como modelo a su hijo Robert. En sus diseños de página y en el batiburrillo de ambientes, objetos y seres animados con que las puebla se aprecia con claridad el influjo del Art Nouveau y el de los carteles de circos y parques de atracciones que dibujó antes de trabajar para la prensa. Sus geografías urbanas deben no poco a la de la exposición universal de Chicago de 1893. Pero éstas y otras muchas fuentes son sólo materia bruta para su talento y su trazo exacto. McCay dibujó como nadie personajes y animales reales y fantaseados; los movió con naturalidad asombrosa por ambientes visualmente barrocos, por edificios de complejas estructuras arquitectónicas y paisajes imposibles fuera de la sólida realidad de su dibujo; los metamorfoseó y los hibridó; hizo vivir, en suma, para el lector las fantasías más descabelladas.

Su talento no se agotó en las planchas de El pequeño Nemo o en las otras series contemporáneas con que las acompañó. McCay hizo experimentos con la animación y presentó sus filmes dibujados con éxito en espectáculos de vodevil y teatros. Nemo fue protagonista de su primer corto en 1911. Pero su película animada más famosa fue Gertie el dinosaurio (1914). McCay presentaba en persona la proyección e interactuaba con el mastodonte dibujado, al que conminaba, con éxito variable, a obedecer sus instrucciones, como si fueran las de un domador. La representación acababa cuando McCay se introducía en la pantalla y Gertie acogía en su bocaza al dibujante, dibujado.

Las animaciones de McCay lograron una verosimilitud asombrosa para la época y una naturalidad de movimientos que las producciones de Disney sólo lograron en los años treinta, dos décadas más tarde. Pero el artista no se preocupó nunca por explotar industrialmente sus invenciones. Perfeccionista enfermizo, se conformó siempre con imaginar y dar forma acabada a sus ideaciones. Hearst le forzó a dedicarse sólo a los dibujos serios y puso fin a sus experimentos en las dos nuevas artes del siglo XX: el cine y el cómic. Pero al acotar a golpe de talonario el tiempo que McCay dedicó a crear, convirtió sus páginas y sus películas en obras singulares, que la historia de nuestra cultura valora en consecuencia.

La conmemoración del centenario de Nemo trae este año ediciones a la altura de la ocasión. Peter Maresca ha seleccionado un centenar de páginas de Little Nemo (Sunday Press), ha restaurado digitalmente el color y las ha editado en su tamaño de publicación original (40 x 56 cm.). John Canemaker ha revisado y ampliado su excelente biografía de 1987, Winsor McCay, His Life and Art (Abrams, New York). Y varias editoriales europeas, entre ellas la española Sinsentido, se han confabulado para editar un libro homenaje, Little Nemo (1905-2005). Un siglo de sueños, con algunas muestras de su arte, dibujos de artistas sobresalientes del cómic de hoy como David B., Moebius, Otomo, Prado y Spiegelman y estudios de Peeters, Smolderen, Maresca y Groensteen, entre otros. Un bello volumen que hace justicia al talento abrumador de un genio.