Cuando el mundo se derrumba

Una pandemia, una guerra mundial, la crisis, las restricciones, las casi cartillas de racionamiento de los treinta euros, no es el Apocalipsis, pero se le debe parecer mucho

Yolanda Vallejo

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Ahora me encantaría ponerme a lo Ingrid Bergman, muy trágica, y decirle algo así como «el mundo se derrumba y nosotros…» estamos a otras cosas. Porque en estos días, más que nunca, tiene sentido el lamento de Ilsa Lund en 'Casablanca' y no, no son las tropas alemanas entrando en París –usted tampoco es Rick Blaine, nadie es perfecto–, sino el guion de este siglo XXI, que no nos da tregua. También podría ponerme a lo Roy Batty en Blade Runner y soltarle aquello de «yo he visto cosas que vosotros no creeríais» y es que, qué quiere que le diga, no todo el mundo puede decir que ha visto morir, minuto a minuto, a la reina que todos pensábamos eterna, ni siquiera se aventuraban a decirlo los propios ingleses que, a pesar de todo, no saben todavía lo que es no tener a Isabel en el trono; tan conmocionados que ni los periodistas más viejos, ya ve, saben cómo formularlo, porque setenta años llevando la corona de Inglaterra son suficientes como para que apenas exista gente en el mundo que recuerde otra cosa que no sea 'God Save The Queen'.

Se ha muerto uno de los símbolos de la contemporaneidad; y no, esto no tiene nada que ver con rancios monárquicos, ni con extrañas nostalgia, ni con modernidades varias –lo digo yo antes de que alguien me lo diga–, esto tiene que ver con un imaginario colectivo que permanecía intacto desde hace setenta años, una barbaridad, y cuyo desenlace –por muy esperado que fuese–ha sido otra sacudida a este mundo que de viejo que es, nos parece tan antiguo. Mire a su alrededor, una pandemia, una guerra mundial, la crisis endémica, las restricciones, las casi cartillas de racionamiento de los treinta euros, el cielo cayendo sobre nuestras cabezas… no es el Apocalipsis, pero se le debe parecer mucho.

El fallecimiento de Isabel II de Inglaterra es, sin duda, un momento histórico, como tantos que hemos vivido en este casi cuarto de siglo que está resultando una copia mala del anterior. La monarca que heredó un Imperio ya trasnochado cuando subió al trono, era lo único que nos quedaba del mundo en el que nos criamos, el testigo más incómodo para los nuevos adanes que después conquistaron la tierra, porque como el dinosaurio de Monterroso, cada vez que nos despertábamos, la Reina de Inglaterra estaba allí.

Aquí y ahora, mientras el mundo se derrumba, la vida sigue como si tal cosa. Mañana comienzan los niños –y las niñas– un curso marcado por la normalidad total y por la entrada en vigor de la nueva ley –otra más– de educación, la LOMLOE, con cambios que no serán todo lo significativos que se presuponen, al menos en Andalucía «por falta de tiempo» en la redacción de los decretos de aplicación de la ley nacional. Se lo toma con calma la consejera que ya ha dicho que «esos decretos estarán publicados en tiempo y forma para que el próximo curso escolar estén perfectamente adaptados al decreto». Pues eso, para el año que viene…

Y es que lo estamos dejando todo para el año que viene, un año marcado por las elecciones municipales que nos va a tener la mar de entretenidos lo que queda de este. Ya ve, no ha empezado el otoño y ya comienzan a dejarse caer las primeras hojas. Nuestro alcalde, fiel a sus principios, ha dejado entrever que mantendrá su compromiso de ocho años en el cargo, aunque sigue afirmando que «la decisión final tenemos que tomarla colectivamente», el PSOE inicia la próxima semana un proceso de candidaturas que culminará el 9 de octubre, con la elección del candidato –si es que se presenta alguno, o algunos– a la Alcaldía de la ciudad. El Partido Popular dice andar buscando «los mejores candidatos» aunque a alguno de los mejores los está colocando fuera del Ayuntamiento. Y en mitad de este desierto comienzan a montar su circo los vendedores de humo, los salvadores, los mesías, los que creen que pueden convencernos de lo que ya estamos convencidos. Los que hacen política sin hacerla.

Si el curso escolar se presenta incierto, el curso político ni le cuento. Sabemos ya que Ismael Beiro quiere ser alcalde de Cádiz, subirse a «un barco en el que el capitán se ha caído por la borda» y quiere hacerlo «en una lancha motora, coger el timón y enderezar el rumbo para llevarlo a puerto». Ismael Beiro dice estas cosas, y otras que tampoco tienen desperdicio, y se queda tan tranquilo. Dice que su ideología es Cádiz –también lo dice otro candidato que anda postulándose– y que lo apoyan su familia, sus amigos y sus seres queridos. Pues mire usted qué bien. No dice nada sobre la gestión, ni sobre proyectos, sencillamente porque no los tiene, más allá de soñar con una ciudad que se parezca a Ibiza o a Tenerife. Su única baza es la tormenta perfecta que se avista sobre el horizonte, y a río revuelto ya sabe usted lo que pasa.

No sería la primera vez. La fórmula es perfecta, la gente está harta de ver siempre el mismo capítulo y espera que salgan nuevos personajes a ver si la serie se enmienda. Yo por si acaso, vuelvo a ver 'Casablanca' –soy más de los clásicos que de las series– y vuelvo a las sabias palabras de Rick que más de uno debería tatuarse o grabarse a fuego, «Es un mal momento, ¿verdad?»

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación