Alberto García Reyes - LA ALBERCA

El ascensor de Valme

Los accidentes ocurren, pero la sanidad andaluza le ofrece muchas facilidades a la fatalidad

El marido y el padre de Rocío Cortés, en una concentración en el hospital de Valme VANESSA GÓMEZ

ALBERTO GARCÍA REYES

A Rocío Cortés se le fue la vida cuando su niña lloraba, buscando su pecho, en las primeras horas de su existencia. No es necesario recrearse en la coyuntura de su catástrofe. Morir en el máximo apogeo de la alegría, con la maternidad aún doliendo en los puntos del útero, es suficiente descripción. Pero la calamidad no basta para explicar lo que pasó. Hay que hacerse preguntas incómodas. No vale con protegerse detrás de la coartada del azar. La eventualidad, el suceso, el infortunio y la fatalidad son excusas peregrinas en un contexto así. Los accidentes ocurren y son inevitables, las máquinas tienen un porcentaje de error que elige a sus víctimas siguiendo una mera regla estadística. Todo eso está muy bien. Pero el ascensor del hospital de Valme está lleno de incógnitas que invitan a pensar que el fallo no fue del aparato, sino del sistema. La Junta de Andalucía se vanagloria de que la sanidad pública andaluza es «la joya de la corona» —Susana Díaz dixit—, pero las imágenes periódicas de ancianos hacinados en pasillos desmienten este mantra. Y los datos oficiales sencillamente lo trituran.

Según el Catálogo Nacional de Hospitales del Ministerio de Sanidad, Andalucía es la región europea con peor oferta hospitalaria. Ofrece 2,61 camas por cada mil habitantes, mientras que en Grecia hay 4,85, en Irlanda 4,93, en Bélgica 6,51 y en Alemania 8,24. Un informe realizado por el Colegio de Médicos hace un año y medio denunció que en Sevilla, además, esa proporción es de apenas 1,79, por debajo incluso de la media andaluza. Y casualmente, la peor tasa la tiene el Hospital de Valme, con 1,63 camas por cada mil habitantes de su zona. Bah, números. Fríos números de camas y de muertos.

El padre de Rocío Cortés acertó ayer a decir, entre vagidos, que los recortes del Servicio Andaluz de Salud tienen una gran parte de responsabilidad en el accidente de su hija. Es obvio que la rabia no es racional, pero la queja de este hombre tampoco es un grito vacío. No sólo tiene derecho a decirlo. También tiene razones que le invitan a decirlo. Porque las coyunturas desequilibran las balanzas. Si la situación de la sanidad andaluza fuera como asegura la Junta, sin listas de espera infinitas, con camas suficientes para atender la demanda, sin colas en las Urgencias y sin enfermos leves compartiendo habitación con enfermos terminales, todos admitiríamos sin rechistar que en el caso de Valme ha fallado el ascensor. Pero en un hospital donde pacientes graves duermen en salas de espera, se cierran camas porque no se cubren las vacaciones de la plantilla con personal suficiente o se da cita para una radiografía a seis meses vista, es lícito pensar que no falló el ascensor, sino el sistema. Porque, en el fondo, el ascensor de Valme es una dolorosa alegoría sobre las consecuencias del conformismo. Nos dicen que estamos subiendo y nos lo creemos. Hasta que un día la realidad nos accidenta. Y queremos arreglarlo llorando un ratito con los familiares.

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