Lo único cierto

Aquí no hay nadie que adivine cuándo va a llover ni cuándo van a llegar a la política hombres (y mujeres) de altura

La mateorología es muy difícil de predecir DÍAZ JAPÓN
Antonio García Barbeito

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Hay cientos de páginas especializadas, y algunas aciertan. Hay decena de hombres y mujeres dedicados a la tarea del estudio de probabilidades, y unos aciertan —según a qué fuentes acudan— y otros no tanto. Unos dicen que caerán cuarenta litros de agua por metro cuadrado, y otros dicen que sólo serán ocho o diez. Aciertan unos, o ninguno. No hay manera de encontrar un espacio dedicado al tiempo en el que nos den, con certeza absoluta, no sólo cuánto va a llover, sino cuándo. Porque por más que los físicos y los meteorólogos consulten, afinen y den por cierto, viene de pronto un viento que se lleva a otro sitio las nubes preñadas y jode la fiesta del agua, la gran celebración de la lluvia. O anuncian lluvia y caen granizos. No es fácil acertar. Al final, el cielo, desde bien entrado el otoño hasta bien salida la primavera, es una lotería que puede arruinar de solanos abril o ahogar a mayo en millones de temporal.

No es que los hombres y mujeres del tiempo no den una, es que el tiempo siempre tiene la última palabra, al menos desde septiembre a junio. El tiempo se ríe de los que dicen que saben de cabañuelas, se ríe de los que miran la luna, los candilazos del atardecer, de los pájaros lavándose, de las hojas de los árboles, de los vientos… Cuando todo parece que va a cumplirse según el refrán o la sabiduría empírica de la gente del campo, viene un solano que sale de los corrales del demonio y lo estropea todo, y entonces los hombres, desesperados, suelen decir: «Anoche se echó el viento, se vino un bochorno espeso y el agua se ha ido a otra parte.» Es así. Y es así un año y otro, y otro, y otro. Aquí, lo único cierto es el infierno, el calor, el verano, y aun así, también tiene sus bandazos. Pero, claro, cuando decimos que tiene sus bandazos es como si dijéramos que los informadores del tiempo, meteorólogos o no, dijeron cuarenta litros por metro cuadrado y sólo han caído veintisiete o bien dobló las previsiones. Aquí, en lo que no se equivoca nadie es en el verano. Podrá haber alguna quincena fresca, pero lo que nos asegura siempre el verano es, como poco, dos meses infernales. Ojalá estuviésemos tan seguros de las lluvias como lo estamos del calor. Aquí está la prueba, estamos a 30 de septiembre y por el día se pasea tan campante agosto como si fuera su propio territorio. Y por si fuera poco, el Gobierno es una pedrada —por Pedro— y eso lo están aprovechando los nostálgicos franquistas, locos por volver a los (sus) buenos tiempos de «paz». Aquí no hay nadie que adivine cuándo va a llover ni cuándo van a llegar a la política hombres (y mujeres) de altura. Por todas partes, sequía.

antoniogbarbeito@gmail.com

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