LA TRIBU

Sevillanas

Las letras de las sevillanas de ahora no se recuerdan como las de antes GOGO LOBATO
Antonio García Barbeito

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Tan sencillas como un piropo, tan ligeras como un pájaro —lo dijo Manuel Machado: «…y entonces tú serás, / la copla verdadera, / la alondra mañanera / que lejos volará…»—, conocidas, de tan repetidas, de tan hechas a la voz y al baile. Las coplas entonces tenían la espontaneidad, la frescura de lo hecho por impuso festivo, poético o desenfadado: «Entre cortinas verdes / y azules rejas, /estaban dos amantes / dándose quejas…»; «El clavel que me diste / lo tiré al pozo, / yo no quiero claveles / de ningún mozo…» Y cuando era copla de cuatro versos, se echaba mano del primer estribillo que almacenara la memoria y se solucionaba la seguidilla: «Y al estribillo: / una pulga saltando / partió un lebrillo.»

Intente aprenderse una letra de sevillana de las de hoy —y de las de hace cuatro días— que necesitará más que para aprenderse el libreto de cualquier obra de teatro clásica. La sevillanas ya no son coplas, son historias, y por lo general, espantosas, terribles, de muchachos que caen en la mentira de la droga, de muchachas que salen de su casa y no llegan porque se han ido con un chulángano o porque se han perdido donde menos esperaba. Recuerdo a la gente mayor, cuando escuchaba alguna historia un poquito rara sobre noviazgos difíciles, decían: “Van a salir en los lienzos…” Muchas de las sevillanas de hoy son puro lienzo, pliego de cordel, cantinela de ciego que va por los pueblos contando que un chaval se ha estrellado con su coche porque la novia lo había dejado y se volvió loco, o que mi niña se ha encerrado en su cuarto y dice que no come, porque el que era su novio se ha ido con otra. La copla, que tenía los puñales de Candelaria la del Puerto y de la propia Lola Puñales, el relámpago de un tiro de la taberna del Tres de Espadas y las agallas de La Ruiseñora, se queda en juego de cromos al pie de las tragedias de muchas sevillanas. Se acabaron los pinos del Coto, los caireles de plata fina, el moreno que va detrás de mi carreta, los madroños granas de la carreta de mi prima, Caracoles descalzo que va para el Rocío, las campanas que suenan en la Calle Real, el real del Rocío que estaban arando y sembrando de claveles… Hoy, el esfuerzo de aprenderse una letra de sevillana sólo lo supera el de aprenderse la música. Hemos perdido frescura, y, como en algunas comidas, hemos preferido el mazacote a la tapita ligera y graciosa. Y hemos perdido en el cambio. Antes, dos que cantaran sevillanas lo hacían con toda naturalidad; hoy, algunos se ponen a cantar sevillanas y se retuercen, ponen una cara tan descompuesta y chillan tanto, que parece que les ha dado un cólico nefrítico.

antoniogbarbeito@gmail.com

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