Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

Ir para volver

Estamos de vuelta pero no somos los mismos. Nunca volvemos al punto de partida

La playa de Santa María del Mar, en Cádiz ABC

JAVIER RUBIO

Volvemos. Al trabajo, a la rutina, a los madrugones, al cansancio, a los días sin noches y a las noches sin madrugada. Volvemos a todo lo que es nuestra vida ordinaria: la oficina, los niños en el cole, el partido de pádel de los jueves y la cita con los amigos de los viernes. Volvemos del tiempo sin tiempo, del descanso sin cansancio, del disfrute sin sufrimiento, de los pies descalzos, la barba descuidada y el desaliño indumentario. Volvemos como si nunca nos hubiéramos ido porque en realidad nunca nos fuimos del todo. Volvemos a la ciudad que estrena algunas calles repintadas, más albero esparcido en los caminos del parque, acaso un edificio en obras, una zanja que no estaba, un socavón menos en el firme, algunos macetones de repuesto por las calles, más policías aquí y allá. Volvemos a la política menuda del bache que no se tapó y de la rama del árbol que se cayó, la basura que no se recogió y el centro cultural que se cerró. Volvemos a los quehaceres ordinarios, extinguido el tiempo de excepción que es siempre el recreo, de nuevo sentados en la banca mirando a la pizarra de la vida donde vamos escribiendo continuamente con tiza. De rato en rato —ahora toca— borramos las frases amables que susurramos a la luz de la luna bajo las estrellas para volver a emborronar todo el encerado con las cuentas del préstamo para cambiar de coche garabateadas antes en el papel a la luz de un flexo.

Pero necesitamos alejarnos, tomar distancia con las cosas cotidianas, incluso con las personas cercanas. Por eso nos vamos. Aun sabiendo que tenemos que regresar, que la rutina nos aguarda para atraparnos con su implacable red de araña. Nos fuimos para volver, antes lo intuimos y ahora lo sabemos de sobra. Estamos de vuelta pero no somos los mismos. Nunca volvemos al mismo punto de partida, nunca el embarcado regresa al mismo puerto porque con cada viaje cambiamos por dentro más que por fuera. Todo ha cambiado por mucho que no observemos ninguna mutación en nuestro entorno. Nos ha cambiado la vida. Un atentado es siempre una desgracia, pero cuando sucede en ese tiempo entre paréntesis de las vacaciones, sucede como con sordina, como en otro país aunque esté bien cerca, como en otro tiempo aunque esté bien reciente, como a otros que no somos nosotros. Y, sin embargo, nos ha sucedido a nosotros. Todo nos ha pasado a nosotros. Todo ha pasado por nosotros: la conmoción por la noticia, el dolor por las víctimas, la infamia del oportunismo partidista, la vergüenza de los pitos que buscan desunir…

Escribir de la vuelta teniendo presente a San Agustín es especialmente luminoso: «Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía». Ir para volver; bienvenidos de vuelta a nosotros mismos.

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