PERFIL DEL AIRE

El nombre conseguido de los nombres

No podrán con la fe que tejen los que siguen sus huellas

Francisco Robles

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Su nombre, impronunciable para algunos, inspiró el endecasílabo más rotundo que escribiera Juan Ramón Jiménez: el nombre conseguido de los nombres. Deseado y deseante, estuvo al alcance de los Magos que lo vieron, pero que no creyeron en la tibieza de la infancia que desprendía su luz en el verso de Cernuda. Luz de albayalde que se sale de la carne trémula, leve como la pincelada velazqueña que lo dejó crucificado, originando su sombra en la sombra del mundo que abandonó para echarse en los brazos abiertos de la muerte. Banderillero desganado lo llamó el poeta Ángel González.

Berruguete lo arrugó en el retorcimiento barroco de la castellana muerte, mientras Montañés lo elevó en la ascensión platónica que convierte la tragedia en pura belleza. El Greco lo encendió en la ligereza manierista de las formas aladas, pura llama de amor viva en el tránsito herido de los místicos. San Juan de la Cruz se lamentaba porque lo dejaba con gemido, porque era el ciervo que era ido cuando salía clamando después de haberlo entrevisto en esa inmensidad que tiene los límites oscilantes del corazón. Santa Teresa no vivía en sí porque era tan alta la dicha que esperaba, que moría porque no se moría del todo.

Bach trató de encerrarlo en la jaula sonora del pentagrama, y nos dejo esa catedral luminosa de la Pasión según el recaudador de impuestos que le hizo caso a quien le dijo ven y sígueme. Al de los tributos lo pintó Caravaggio mientras escribía la Verdad en el papel mojado por tantas lágrimas como se han vertido ante la emoción que provoca. Millones de seres humanos han dado su vida para entregarse al prójimo, imagen viva de la abstracción imposible que apenas roza al hombre con su esquiva presencia. Horas, días, años de privaciones y de sacrificios para ayudar a quien más lo necesita en el nombre del que todo lo puede. He ahí la más hermosa de las paradojas que puede llevar a cabo quien se entrega del todo a cambio de nada.

Quien quiera verlo sin necesidad de acudir a los artistas que quisieron acercarse a la imposible presencia de su figura, que se vaya a un hospital, a un centro de toxicómanos, a una cárcel, a cualquier lugar donde habiten el hambre y la pobreza, la soledad y la desolación. Allí lo encontrará por duplicado: es quien sufre y es quien se compadece, es el boxeador sonado que muerde la lona y el que lo ayuda a levantarse. Dos en uno por el mismo precio. Es el cura que derrama su perdón y es el pecador que sufre la peor de las angustias: no perdonarse a sí mismo. Alfa y omega. Las blasfemias que defecan los provocadores que quieren hacerse los revolucionarios a su costa no tienen sentido alguno. No podrán con la fe que tejen cada día los que siguen sus huellas en el polvo del camino. Es el verbo con el que todo empieza y es el nombre conseguido de los nombres. Sintaxis total. Al hablar consigo mismo a solas, Antonio Machado esperaba hablar con él un día. El poeta del manantial sereno sabía que estar solo es estar pensando en Dios.

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