LA TRIBU

La noche más larga

No habrá lluvia queahogue la ilusión del niño que espera un juguete

Antonio García Barbeito

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LAS serpentinas son trepadoras de papel que se enredan en el tronco de la tarde, de la noche, y ahí se posan los pájaros de la luz, del frío o de la lluvia, aleteando de impaciencia, porque esos pájaros han nacido del parpadeo de los niños que todavía tienen la bendita edad de creer en todo; la fe, esa salvación de tantos naufragios. Las manos del niño quisieran alargarse hasta rozar la madrugada, el alba, la asombrosa luz del día 6. Nunca el niño lanzó tan lejos su mirada, su deseo, como la noche del 5 de enero.

Qué noche más larga. Noche en la que el niño quisiera «que fuera el mundo entero / una juguetería…» Y esa noche, más que el despertar a la mañana milagrosa, lo más grandioso es lo que el niño amontona en los cuartos del sueño, cuando se acuesta y, aunque no quisiera, se duerme, juguete en las manos de su propia fantasía, de su propio deseo. El niño, entregado a sus sueños, está entregándose, sin saberlo, al mundo perfecto, al mundo donde no le falta nada. La noche, desde los balcones de las nubes, lanzará serpentinas de lluvia. Y aunque creamos lo contrario, esa lluvia no le desbarata al niño la ilusión. Para él, la lluvia, como el frío, como la niebla, como todo lo que sucede esa noche, es otro milagro, otro regalo. No habrá lluvia que ahogue la ilusión del niño que espera un juguete, como no hay niebla que borre los perfiles mágicos por donde la mirada del niño va tratando de asumirlo todo, por donde el niño va descubriendo un mundo que sólo él es capaz de ver, como sólo él es capaz de ver la luz de la mañana que le envuelve los regalos, sólo él es capaz de convertirlo todo en fantasía. Por esto, no pretendamos entrar en su mundo, es imposible; esa puerta —la de la magia— se nos cerró hace mucho tiempo, y sólo podemos mirar por el ojo de la llave para ver cómo es, en el niño, la inocencia, la fe, la ilusión, y también, a veces, la tristeza del desencanto, si, por algún revés, el niño encuentra sus «abarcas vacías», sus «abarcas desiertas.» Una selva de papel y brillos es la tarde, la noche. Las serpentinas, trepadoras donde florece la ilusión, donde se mece la impaciencia, rizada lluvia, escrito sueño espiral, flecos de la esperanza… Noche larguísima; para el niño, la más larga. Nadie es capaz de dibujar un amanecer como el que dibujan las manos del misterio. Esta noche, cuando las brillantes manos de las estrellas que no vemos echen pestillos de plata a los postigos del sueño, todo será un alba suspendido en las manos de la ilusión. Un alba que se abrirá como una gigantesca cúpula de luz de oro. Dentro de ella, todo lo que haya cabrá en la mirada de un niño.

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