LA TRIBU

La nada

Pedro Sánchez es la nada, al menos en lo que aparenta, y también en mucho de lo que le conocemos

En la imagen, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez EFE/J.J. Guillén
Antonio García Barbeito

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Una tarde, hace más de treinta años, estábamos varios amigos en tertulia y se nos sumó el cura que andaba sustituyendo al párroco titular, que estaba el buen hombre con larga baja por enfermedad. Por lo que había demostrado en el poco tiempo que llevaba allí, sabíamos que el cura no era un dechado ni de inteligencia ni de prudencia, pero, en fin, era el cura y como a la tertulia no llegó molestando, le hicimos hueco. Al poco, pasaron unas muchachas monísimas que no tendría ninguna de ellas ni diecisiete años. La más mona saludó muy educadamente, y yo comenté: «Hay que ver lo linda que es esa niña, lo educada y lo delicada que es…» El cura, sin dejar caer mis palabras, soltó sin quitarse el aparejo: «Ay, ay… Menos mal que uno no puede contar lo que oye en el confesionario…» Le dije que sin haber dicho nada, había manchado la honra de aquella muchachilla, y él se disculpaba diciendo «yo no he dicho nada, yo no he dicho nada…» Alguno de la tertulia le dijo: «Como poco, es usted un lenguaraz y un imprudente. Usted no está bien de la cabeza…» Y el cura respondió: «Peor lengua que yo tienen en este pueblo cientos de hombres.» Y ahí le di: «Es posible; lo que pasa es que ninguno de ellos es el cura del pueblo…»

Cuando oigo a Pedro Sánchez, diga lo que diga, se contradiga lo que se contradiga, mienta o falsee, me queda un triste sabor a nada; tras oírlo, me voy al recuerdo del soberbio soneto de José Hierro: «…supe que todo no era más que nada.» Me sabe a nada. Es plano, sin entusiasmo; Pedro Sánchez mira el reloj, dice la hora exacta y no se lo cree ni él. Es insípido, simple, incapaz de despertar el entusiasmo en nadie. Este no calienta ni las masas de las pizzas. Observen su mirada, sus gestos faciales, el aprendido y pobre movimiento de sus manos, sus indecisos giros de cuello, su tono de voz, plano, sin inflexiones, sin matices, sin gracia. Pedro Sánchez es la nada, al menos en lo que aparenta, y también en mucho de lo que le conocemos. Prisionero de sus propias palabras, fabrica llaves maestras para tratar de escapar de sus conocidas meteduras de mata. Lo de menos es lo de Franco; lo peor del asunto de la exhumación de los restos de Franco está en la importancia que el mismo Sánchez le ha dado. Hágalo y cuéntelo más tarde, pero no se tire meses anunciándolo, que si así, que si de otra manera. Y está echándose encima a todo el mundo. La nada. Rehén del populismo y mareado en su propia inanidad, a Pedro Sánchez puedo decirle lo que le dije a aquel cura: «Gente llena de nada, como usted, hay mucha en España, lo que pasa es que ninguna es el presidente del Gobierno.»

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