CARDO MÁXIMO

Deshollinadores en la Cartuja

En 2005, Eduardo Arroyo se resistía a que su obra, con carácter efímero, desapareciera para siempre

Javier Rubio

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Probablemente, la obra artística de Eduardo Arroyo -muerto este domingo a los 81 años de edad- más fotografiada no ha estado nunca en ningún museo. Millones de ojos -sin exagerar un ápice- se posaron sobre las figuras de los deshollinadores que recubrieron el pabellón de los Descubrimientos de la Expo92 en su día. Eran unas chapas de siluetas de hombres con chistera y baqueta, conforme a la icónica ilustración que Mary Poppins fijó en el imaginario colectivo, cargando con escaleras. Aquello tenía su razón de ser: el pabellón de los Descubrimientos había salido ardiendo un aciago día de febrero y a Jacinto Pellón, el factótum de la isla de la Cartuja, se le ocurrió que no era plan de mostrar el edificio de Feduchi chamuscado en el que el cine Omnimax iba a estar funcionando (se había salvado de la quema, literalmente). Alguien trajo a colación el nombre de Arroyo, que desde hacía algunos años estaba desarrollando una serie de experiencias plásticas en torno a los deshollinadores, tan infrecuentes en nuestra cultura arquitectónica patria y no digamos en la sevillana, donde una casa con chimeneas que deshollinar es poco menos que una excentricidad. Eduardo Arroyo, en la plenitud de su etapa creativa, dirigió los trabajos y pobló de operarios de las chimeneas el pabellón infortunado. Hasta que llegó el momento de tirarlo abajo.

En la historia de Sevilla siempre acaba por aparecer la piqueta como una sombra alargada, la parca que corta los hilos de vida de los edificios. Fue en 2005. Arroyo se resistía a que su obra, con carácter efímero, desapareciera para siempre sin más. La empresa pública heredera de la Expo92, todavía en manos de Patrimonio del Estado, encontró una solución de compromiso para que el artista se quedara complacido: una estatua de acero corten de varios metros de altura en la esquina nororiental del Edificio Expo. En la solución se implicó personalmente Luis Miguel Martín Rubio, por entonces presidente de la sociedad Agesa. Allí permanece desde entonces, como un recuerdo en conmemoración de un infortunio: un insospechado vericueto que el destino nos tenía reservado.

Hoy por hoy, es lo único que guarda la memoria de aquel tiempo feroz en que nos creímos reyes. Se han borrado muchas huellas. Pellón y Olivencia ya no están entre los vivos. Se les ha unido ahora Eduardo Arroyo. El pabellón desapareció y todavía es visible el hondón de los cimientos sin uso. El cine panorámico que se salvó de la quema se clausuró por falta de espectadores y su lugar lo ocupa hoy otra atracción: una tienda de ropa barata. A falta de chimeneas fabriles que limpiar, el único deshollinador sigue siendo el de Arroyo.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación