LA ALBERCA

Baltasar de la costanilla

Esta noche, llueva o ventee, el Rey Negro volverá a dar ejemplo en Sevilla de su colosal fortaleza

Alberto García Reyes

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Cuenta una antigua leyenda que en la Cuesta del Rosario, por la calle de Villegas, nació el verdadero mago, un hombre con la tez negra, conocedor de los astros, que fue siguiendo la fuerza del Salvador sevillano. Él descubrió aquella Estrella viniendo del Altozano y fue quien fundó la senda que llega de Oriente al Arco, donde dictó la Sentencia aquel prefecto romano que se lavó la conciencia y se mancilló las manos. Aquel mago que en su alteza vistió el antifaz morado para hacer su penitencia a los pies del sentenciado fue trazando la vereda desde el puente hasta el Calvario. Pasó por la Magdalena, el convento de San Pablo, Méndez Núñez, Plaza Nueva, la Avenida y el Sagrario, recorrió las callejuelas buscando un humilde establo, pasó el Patio de Banderas, Giralda, Mateos Gago, Santa Cruz —la vieja escuela, donde primero fue hermano—, compró una caja de yemas junto a la Pila del Pato, continuó hasta las Dueñas, se paró con los Gitanos a pasar noches en vela con la Angustia tiritando y en la esquina de la Feria se encontró al Silencio Blanco, luego se fue a la Alameda y de allí a la Puerta Osario. Iba como las veletas, cual giraldillo encumbrado, tras aquella refulgencia en busca del soberano.

Aquel rey de piel morena, de la estirpe de Manuel, llevó su Esperanza a cuestas y le rezó al volapié para cuajar su faena de sangre en el redondel. Fue perdiendo corpulencia, pero no perdió la fe y dio ejemplo en su dolencia de que basta con querer seguir a la providencia para volver a nacer. Luchó contra la galerna, puso a Dios en su mantel y con la ilusión eterna de volver a la niñez buscó al Niño que gobierna por dentro de su cancel: Baltasar es de esta tierra y se llama Rafael. Y en estas horas celebra su vida en el Gran Poder.

Cuenta una antigua leyenda de las que silba la brisa que el Rey que esta noche esperan los niños en su vigilia se muere en la Macarena y nació en la Costanilla. Y por mucho que le llueva, el mejor oro y la mirra, con incienso de naveta del cortejo del Mesías irán hoy de puerta en puerta dejando en cada mesilla la noche de Dios despierta. Aquí el Rey jamás se humilla, se moja con la tormenta, se empapa de fantasía para cumplir la encomienda de la vieja profecía: Su Majestad sólo llega a la hora exacta el día que la cristiandad festeja la sagrada Epifanía. La caravana se acerca y la Estrella que le guía es una luz trianera que el Baratillo ilumina porque este Rey también reina sobre un niño que respira el aire por las muñecas, un niño de alternativa que con verónicas sueña. El Rey Negro en su utopía la esperanza acaramela porque en su negra agonía siempre creyó en la quimera de vivir con la alegría de dar su vida a cualquiera. Por eso no tiene prisa, es un Rey que en su cansera es el mejor paradigma de que la ilusión condena a dar lecciones de vida. Se llama González Serna: el Baltasar de Sevilla.

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