Cardo Máximo

Arriesgar

Somos una sociedad que recela del éxito y de los triunfadores, pero que, sobre todo, hunde al perdedor

Javier Rubio

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El fútbol como metáfora de nuestra existencia ofrece interpretaciones más que reseñables de los comportamientos colectivos. En casa, la más afectada por la eliminación de España del Mundial de Rusia fue mi hija pequeña, que sólo guardaba memoria de éxitos notables de la selección sin haber penado cuatro quintas partes de su vida de desastre en desastre, siempre con una excusa a la mano para justificarnos: una concentración en una estancia destartalada y heladora, un penalti fallado, un árbitro casero, una ocasión marrada, un bote inesperado…

En realidad, lo que más dice de nuestro carácter patrio es la facilidad con que echamos mano de excusas de todos los colores para taparnos. La herencia de la cultura tauromáquica que ha moldeado durante siglos el alma hispana se evidencia en esa capacidad innata para quedarse a resguardo del burladero mientras la fiera derrota formidable. No es la actitud del matador la que envidiamos (ya se sabe que la envidia es el pecado nacional) sino la de quien ve los toros desde la barrera. Y encima se fuma un puro.

Por eso mismo, la pachanga con que la selección durmió a las ovejas el domingo por la tarde revela mucho más de nuestro espíritu acomodaticio y cobardón que la electrizante velocidad a la que circulaba el balón en aquella semifinal precisamente contra Rusia en la Eurocopa de 2008 . En diez años se nos han fundido los plomos porque el miedo a perder los maniató. Lo que enseña el infumable episodio del estadio Luzhniki es que, sin arriesgar, es imposible ganar. Pero la selección, del primero de la Federación al último utillero, estaban aterrados con la posibilidad de cometer un error que pudiera resultar fatal.

Esa forma de actuar la vemos casi a diario a nuestro alrededor. Somos una sociedad que recela del éxito y de los triunfadores , pero que, sobre todo, hunde al perdedor y al que se equivoca. Todos actúan exactamente igual que lo hizo la selección el domingo, manoseando el balón una y otra vez para que nadie falle sin decidirse a asumir ningún riesgo, conscientes de que tras el riesgo se esconde agazapada la victoria, pero también su reverso, el fracaso del que todos queremos huir.

Médicos que practican lo que se llama medicina a la defensiva para esquivar posibles reclamaciones; empresarios que prefieren transitar por los caminos más usuales; abogados dispuestos en la sala de vistas a evitar la goleada; periodistas que esconden su estilo propio por temor a desentonar; profesores que no se atreven a soltarse del libro de texto; y políticos empeñados en conservar el poder a toda costa. Andalucía, al cabo de cuarenta años, es la mejor imagen de esa selección que juega a lo facilón para no perder . Sin darnos cuenta de que así resulta imposible ganar.

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