Opinión

Cambio de hora

Puede que hoy sea la última vez que adelantamos los relojes, así que puede que estemos ante un día histórico

Mientras espero con impaciencia –no mucha, la verdad, pero pegaba bastante decirlo en esta frase– la siguiente entrega de documental de Rocío Carrasco, contando las horas para ver qué ministra entra esta vez en directo, caigo en la cuenta, una vez más, de que todo ... está inventado. Lo sé; estoy cada vez más cerca de la AstraZeneca, y de la puerta de Tannhäuser, y eso me da una perspectiva muy interesante que se basa en el número de amaneceres que acumulo y en la certeza de que no hay nada nuevo bajo el Sol. La cadena televisiva, encargada de amenizarnos los domingos, sigue al pie de la letra el guion de ‘Los juegos del hambre ’, con tal maestría que es capaz de hacernos creer que lo verosímil es lo real. Es un técnica tan antigua que hasta los Césares romanos la aplicaban a sus esposas, recuerde, la mujer del César no solo tiene que ser buena, sino parecerlo. Y aunque ahora nos conformamos solo con que lo parezca, eso de confundir churras y merinas es algo que siempre se nos ha dado bien.

Le ahorraré lo que pienso sobre el tema, pero le diré una cosa. La televisión es televisión; es decir, entretenimiento. Puro entretenimiento. Lo de la pedagogía, el didactismo y la moralidad entra en completa contradicción con la finalidad de este medio , por mucho que quieran vestir de seda a la mona porque, insisto, la televisión sirve solo y exclusivamente para entretener, y si me apura, para informar –cada vez menos, hay que decir– o para hacer divulgación de ciertos temas. El objetivo último es que la gente se quede enganchada a un programa, por el motivo que sea, y para conseguirlo sirve absolutamente todo.

Claro que luego nos ponemos muy exquisitos y decimos que leemos a Moratín cuando en el fondo estamos devorando los folletines de Galdós. Y en la nueva política lo guay ya no es ver los documentales de la 2, sino ‘Sálvame’ , y por eso las ministras guays dicen que lo ven como una seña identitaria de que son el pueblo. Algo que no se creen ni ellas, porque si siguieran un poco de cerca la parrilla de Telecinco sabrían que donde debería actuar la fiscalía no es, precisamente, en un programa en el que todo está guionizado y acordado con todos los protagonistas. En fin, no le iba a hablar de esto, porque ya se ha dicho prácticamente todo, pero una cosa me lleva a la otra y de pronto, caigo en la cuenta de que hemos perdido por el camino una hora.

Quizá la última hora, si atendemos a lo acordado por el Parlamento Europeo en 2019 y nos quedamos con el horario de verano, o la penúltima si finalmente nos instalamos en el horario de invierno. Existe en nuestro país, por lo visto, un Comité de Expertos –no haga chistes– encargado de elaborar un informe para tomar la decisión final. Incluso el CIS llegó a la conclusión, en uno de sus barómetros, que mientras los españoles preferimos el horario de verano, los expertos recomiendan el de invierno . Quién sabe dónde estarán ahora el barómetro, el Comité de Expertos y el que le daba cuerda a los relojes. Todo se lo llevó la pandemia.

Y aquí estamos, en 2021 –fecha límite para la UE en relación al cambio de hora– pensando que también esto lo hemos inventado nosotros, que somos los más ecologistas y los más responsables con el medio ambiente. Y no. En esto también hubo gente que lo dijo antes; sin ir más lejos, Benjamín Franklin –el inventor de las gafas bifocales– en 1784 ya proponía el cambio de hora como medida de ahorro energético , algo que aprobaría la Conferencia Internacional sobre el Meridiano celebrada en Washington en 1884.

En nuestro país, a principios del XIX, cada región tenía un horario propio –no quisiera imaginar esa situación hoy en día– y tuvo que ser el ferrocarril con su puntualidad el que consiguiera unificar los tiempos en todo el territorio español, aunque durante la Guerra Civil cada bando fuese con una hora distinta. Luego vendría lo de Franco y su simpatía alemana y finalmente, la crisis de 1973 impondría la coordinación europea para los cambios de horario de manera conjunta y ordenada.

Hasta que llegaron los adanes a este paraíso, claro está. Entonces aparecieron los daños colaterales que producía en nuestra fina piel. La pérdida de productividad, el poco apetito, la somnolencia, el aumento de accidentes de tráfico, la falta de atención… todo provocado por una hora de más, o de menos. Y la necesidad imperiosa de entonar lo de «reloj no marques las horas…» y dar un nuevo giro a los horarios. La aguja está mareada, y no solo la de nuestros relojes, sino la que controla los tiempos. Tiempo de tributos, como en la saga de Suzanne Collins, en la que cualquier víctima puede convertirse en verdugo, o al contrario… la audiencia manda .

Puede que hoy sea la última vez que adelantamos los relojes, así que puede que estemos ante un día histórico. Quién sabe. Lo mismo esta noche llama Pablo Iglesias a Telecinco , antes de que deje de ser vicepresidente del Gobierno, porque aunque él diga que es más de ‘Juego de Tronos’ que de los juegos del hambre, los cinco minutos de gloria nos pierden a todos.

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