HOJA ROJA

La vida mártir

Si hay algo que pone realmente nerviosos a políticos, consejeros, delegados, padres y madres en la cuestión educativa es la publicación anual del informe Pisa

Yolanda Vallejo

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Si hay algo que pone realmente nerviosos a políticos, consejeros, delegados, padres y madres en la cuestión educativa –ojo, que no he hablado ni de profesores ni de alumnado– es la publicación anual del informe Pisa. Esa Carta Pastoral que desde hace veintitrés años nos sitúa religiosamente a la cola del mundo y nos refriega por la cara que en Finlandia y en Corea los niños y las niñas son más listos y más aplicados que los nuestros. Y que entienden lo que leen, y que saben resolver problemas de la vida real aplicando sus conocimientos cooperativos, y que no pierden el tiempo memorizando la tabla periódica ni los esquemas métricos. Un informe, el Pisa, que nació para reforzar los aspectos positivos de los distintos sistemas educativos y que en España se utilizó, siempre, como arma política y como coartada perfecta para cambiar, legislatura a legislatura, los planes de estudio. Como siempre, lo entendemos todo mal, no solo nuestros niños.

El caso es que esta semana se presentaba ‘Primera clase. Como construir una escuela de calidad para el siglo XXI’ en el que Andreas Schleicher –ideólogo del Pisa– recoge algunas de las conclusiones de lo avanzado en este casi cuarto de siglo y ofrece una guía para que los países tengan las herramientas necesarias para mejorar el rendimiento de sus alumnos y para ayudarlos a desarrollar las habilidades que necesitarán en su vida adulta. Una fantasía en toda regla, claro está. Porque en el caso español, el físico alemán se muestra tan escéptico como condescendiente, algo así como bueno, lo de España es caso aparte. Y tanto.

En este país, y usted lo sabe mejor que yo, todos los esfuerzos se han centrado en la confrontación entre comunidades autónomas, entre tipos de financiación, entre colegios incluso, y se han centrado, además, en la desautorización de los profesores, cuestionando, desacreditando y despreciando su profesión, como si la educación de los escolares recayera solo y exclusivamente en los docentes. Mal pagados, desprestigiados y en situaciones precarias, se pretende que los maestros saquen adelante a generaciones de niños y de niñas que sean capaces «de enfrentarse a procesos complejos de pensamiento, que exigen extrapolar o aplicar tu conocimiento a una situación no conocida» en vez de perder el tiempo en «la reproducción de contenidos memorísticos, que es lo más fácil de automatizar». Entrecomillo porque es lo que dice Schelicher, que está convencido de que los estudiantes españoles son buenos, sí, pero en cosas que cada vez son menos relevantes para la sociedad. Ahí dice el buen hombre que está el problema. No seré yo quien se lo discuta, pero no todo es tan simple.

En España, los términos esfuerzo, disciplina, constancia, deberes… se excluyeron hace mucho de las aulas, y su lugar lo ocuparon los grupos de padres y madres –con su versión virtual en whatsapp– que además de cuestionar la labor de los maestros, cuestionaban los contenidos curriculares, las ratios, el peso de las mochilas, los desayunos, los ejercicios, los horarios, el calor... reduciendo la escuela a un absurdo remedo del mundo real, donde hasta los eufemismos se envolvían con papel de fumar. Los niños y las niñas debían ir a la escuela como se va Wonderland, con el todoincluido, juegos, fiesta, pensión completa, y espectáculo diario por parte del profesor –yo he presenciado reuniones en las que padres y madres han reprochado a la maestra que sonreía poco–, no se les podía exigir ni a primera hora –están dormidos– ni a última –están cansados– y siga usted, que sabe mejor que yo los monstruos que nuestra sinrazón está criando.

Monstruos que luego crecen, que adquieren apariencia de comerse el mundo, pero que tienen unos niveles de frustración tan elevados que son incapaces, no ya de enfrentarse a lo que afirma Schleicher, sino de enfrentarse al día a día en un mundo que no es que sea hostil, sino que es real.

El producto del Informe Pisa en España se vende en programas como ‘Mujeres, hombres y viceversa’ o ‘Gran Hermano’. Programas que fervorosamente sigo, por otra parte, porque nada me produce más satisfacción que comprobar que si para algo me sirvió memorizar la tabla periódica fue para saber el peso del iridio frente a lo etéreo del helio, o lo que es lo mismo, lo efímero de la fama, de la mala fama.

A Omar Montes se le conoce por haber sido el novio despechado de Isa Pantoja, aunque él dice que canta, tal vez porque su madre, sus maestros y sus vecinos prefirieron mirar para otra parte y no crearle un trauma cuando hubiera hecho falta. También se le conoce por sus actitudes machistas, chulescas, maleducadas, que él no reconoce como negativas, tal vez por que su madre, sus maestros y sus vecinos prefirieron mirar para otra parte y no corregirlo cuando aún estaban a tiempo. Y también se le conoce por sus grandes aportaciones al pensamiento crítico de este país. El es rebelde, porque el mundo lo ha hecho así. Pobre, lo está pasando muy mal entre las cuatro paredes de un plató televisivo, porque tenerse que levantar por las mañanas y hacerse la cama le parece «la vida mártir».

Sigamos para bingo.

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