La tortilla española

España se divide en dos facciones: la que prefiere la tortilla de patatas con cebolla y la que la degusta sin ella

Enrique Montiel

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España se divide en dos facciones: la que prefiere la tortilla de patatas con cebolla y la que la degusta sin ella; esa es una verdad inmutable. Luego nos encontramos con los que, además, exigen o prohíben los pimientos rojos y/o verdes, los que caramelizan y los que le añaden chorizo y queso. Iberia es unión de expertos en tortillas que, al mismo tiempo, parecen odiarse. Ya sabemos que cada uno de los españoles lleva un entrenador de fútbol en su interior y que tras la oleada de artistas que nos malparió Operación Triunfo la siguiente cascada ha sido la de masterchefs. Cualquiera de nosotros -desde infantes sieteañinos hasta nonagenarios viagreros- puede, no ya hacer unas lentejas espesas o caldúas, sino salpimentar, usar el soplete y hacer salsas que ni Ángel León hubiera ideado en sus sueños más húmedos (y marinos).

Esta conversión no se ha traducido en el otorgamiento de un mayor número de Estrellas Michelín a nuestros cocineros (están más adjudicadas que algunos premios literarios) sino en la radicalización de los enfrentamientos entre españoles que no aceptan las opiniones de los demás e intentan imponer su manera de freír la tortilla, es decir, dejándola cruda o jugosa, incluso sin guisantes. Esta fragmentación de nuestra sociedad se traduce en conflictos que llegan a lo personal, en plan “la gente se divide entre los que les gusta la tortilla con cebolla y poco cuajada y los que no tienen ni puta idea de la vida” y en la postura de aquellos radicales que exigen, incluso, el derecho a decidir hacerla con espinacas.

Bicivoladores amateurs pretenden vender la tortilla sin romper los huevos mientras que a otros se les quema la masa por su pachorra gallega; la deconstrucción de la Tortilla levanta el estómago de algunos al tiempo que los adanistas habituales pretenden haberla inventado. El problema, en mi opinión, se plantea en la cocción, en la falta de cuidado de la materia prima desde su nacimiento. Me temo que este conflicto acabará resultando bélico: con la cebolla tortillera no se juega. Y como hablemos de añadirle piña a las pizzas tropicales alguno que yo me sé se alzará en armas e intentará independizarse fundando una República en cualquier Soto del Real. ¡Ni que fueran coles de Bruselas!

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