Una tensión inservible

Los protagonistas de la vida política, de la institucional, viven en una realidad paralela. Sus cuitas y tensiones, sus buenos o malos rollos son ajenos a la población. Sucede como con los grupúsculos profesionales o los apasionados de cualquier afición. Creen que sus problemas son los de todos, que sus dificultades interesan a la mayoría. Pero no es cierto. Viven en otro mundo. Que los concejales se lleven peor o mejor, que vean malas intenciones en sus oponentes o intuyan conspiraciones tras las cortinas de la casa de San Juan de Dios es cosa suya. Sería intrascendente, casi pueril, de no ser por las consecuencias directas que tiene en todos los ciudadanos.El gobierno local de Cádiz está en minoría.

Es una realidad matemática, una obviedad, pero conviene repetirlo a diario porque sus integrantes se resisten a entenderlo, no lo asimilan, son incapaces de actuar en consecuencia.

Exigen la colaboración de otros partidos y a la menor reticencia los descalifican, con lo que el acuerdo se aleja cada vez más. Como los perros que se persiguen el rabo, a más se irritan, más corren, pero el objetivo a morder también acelera al mismo tiempo. De forma que los proyectos languidecen, las ideas, muchas o pocas, buenas o malas, permanecen en un cajón sin que las manos suficientes, de los concejales suficientes, sean capaces de sacarlas adelante con sus votos. Nadie gana con la campaña del alcalde que le declara víctima de un complot del resto de partidos en la oposición. Puede servirle de coartada y excusa pero los vecinos necesitan ayudas, programas, obras, iniciativas y resultados. Que nada se mueva es un problema colectivo. Que sea por culpa de unos o de otros es muy poco consuelo, ninguno para la ciudadanía. El viejo dicho reza que la política es el arte de lo posible. El gobierno local siempre encuentra un motivo para que nada lo sea.