Yolanda Vallejo - HOJA ROJA

Seis ratas por habitante

Por Santa Bárbara se pasean las ratas a cualquier hora, sin prisas. Salen del vertedero de la pérgola mirador y bajan por la muralla

Ratas en la Caleta FERNANDO MORENO

YOLANDA VALLEJO

Usted ya sabe que lo poco espanta y lo mucho amansa, como dice el refrán castellano.

No tenemos remedio, nos escandalizamos y nos ofendemos por tonterías, y dejamos pasar los asuntos verdaderamente importantes. Mi abuela nos llamaba “aprovechadores de afrecho y malgastadores de harina” cada vez que en mi casa montábamos un pollo porque los árboles no nos dejaban ver el bosque, que era casi a diario. Y es que lo de fijarnos en la paja del ojo ajeno, teniendo la viga maestra en el nuestro es muy español. Mucho. Marca de la casa, tanto como el “y tú más” o el “yo no ha hecho”. Para ejemplo, esta semana no nos hemos conformado con el botón de muestra. Podría poner muchos, pero pondré pocos, a ver si así nos espantamos de verdad. La diputada por Podemos, Tania Sánchez, que tuvo la osadía de escribir un tuit sobre la corrupción con una falta de ortografía, vio como en cuestión de horas, el asunto se convertía en mofa nacional, como si aquí el personal se hubiese criado con el profesor Blecua y estuviese libre para tirar la primera piedra. Aprovechadores de afrecho –cuánta razón tenía mi abuela- tirándose a las migajas como alimañas, y dejando pasar el pastel entero. Porque, evidentemente, las declaraciones de Mariano Rajoy sobre la corrupción tenían mucha más tela que cortar que el desafortunado “convatir” de la diputada. Pero no es el único ejemplo.

La misma comparecencia del presidente del Gobierno en el parlamento, para dar explicaciones sobre la trama Gürtel, quedó completamente eclipsada por el memento a la muerte de Lady Di, -una señora tan prescindible para la historia como mi vecina Carmeluchi, dicho sea de paso. Todos los periódicos de tirada nacional, todas las emisoras de radio y hasta un programa especial en la televisión estatal, en horario de máxima audiencia, se volcaron para recordar la desdichadísima vida de Diana de Gales. Más afrecho.

Tanto como el comunicado del señor obispo de nuestra diócesis expresando “su profundo dolor” por lo que él considera un “hecho lamentable, que ha podido causar daño, confusión o escándalo en la comunidad cristiana”, y que no era otra cosa que un encuentro entre dos comunidades religiosas –de distinta confsión, se entiende-, que llevaba realizándose, además, desde hace ocho años, sin que hasta el momento el dolor hubiese sido tan grande como para provocar dimisiones, reprobaciones y comunicados. Porque hay asuntos dentro de la iglesia gaditana que producen más daño, más confusión y sobre todo, más escándalo en la comunidad cristiana, que lo de la procesión hindú. Y no sé si usted lo sabe, pero yo sí sé de lo que hablo. El mismo día del comunicado morían dos porteadoras en una avalancha humana que intentaba entrar en Ceuta; a mí eso, la desesperada situación que se produce cada día en la frontera, me produce más dolor, y más escándalo que una imagen hindú –me niego a llamarlo elefante rosa, porque no me gusta que llamen muñecas a nuestras vírgenes- entrando en una iglesia católica.

Qué le vamos a hacer. “Una hormiga lista” se coló en la vitrina de la Dama de Elche y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ha tenido que dar explicaciones; aquí las ratas se pasean alegremente por las calles y lo único que hacemos es echarnos las culpas unos a otros. Porque verá. Hace veinticinco años que la media local ya era de seis ratas por habitante. No lo digo yo; lo dicen las hemerotecas y lo dijo la chirigota del Gómez. No sé cómo andará ahora la cosa, pero seguro que la población de roedores habrá crecido más que la población humana en esta ciudad. Hay muchas ratas en Cádiz –de las de rabo y cuatro patas, entiéndame; de las otras, ni hablemos- y no las ha traído este equipo de gobierno, por mucho que en las redes sociales haya intentos de identificación de las ratas, si son de la época de Teófila o si son de la era Kichi. El problema son las ratas, pero resulta mucho más sugerente aprovechar el afrecho de la suciedad, de los equipos de limpieza, de la poca transparencia, del presupuesto, de las contrataciones y todo eso, que meterse en harina.

Por Santa Bárbara se pasean las ratas a cualquier hora, sin prisas. Salen del vertedero de la pérgola mirador y bajan por la muralla. Como en Santa María del Mar, como en la barriada de la Paz, como en la Caleta, como en la fachada del Museo. Y la gente las ve. Y dan una imagen vergonzosa de la ciudad. Una imagen de dejadez y de decadencia, que no se soluciona con preguntas en los plenos ni con explicaciones en la prensa. Y tampoco se soluciona haciendo el censo de ratas en Facebook, ni colgando mil veces el asqueroso vídeo en el que una gaviota –de las de pico y alas, entiéndame- se merienda una rata muerta.

A mí todo esto me recuerda mucho a Camus, ya sabe usted que soy bastante existencialista cuando me lo propongo. Por eso, volver a leer La peste, especialmente los pasajes en los que una plaga de ratas se instrumentaliza políticamente para enfrentar a los ciudadanos me parece revelador, “Dígame, ¿está seguro de que es una peste?” –le preguntan al alcalde – “No es una cuestión de vocabulario, es una cuestión de tiempo”.

Y el tiempo, cuando es mucho, todo lo amansa.

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