Yolanda Vallejo

Puñaladas traperas

Una de las consecuencias más directas de estar construidos con palabras, es que limitamos nuestro entorno a determinados convencionalismos lingüísticos

Yolanda Vallejo
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Una de las consecuencias más directas –nada de daño colateral, por muy bien que suenen las frases hechas– de estar construidos con palabras, es que limitamos nuestro entorno a determinados convencionalismos lingüísticos que son los que configuran, al final, nuestra realidad. Palabras de moda, llegaron a llamar los cursis a esta tendencia tan perversa por la simplificación que tenemos los humanos para todo. Usted lo sabe, igual que yo; basta una dosis bien administrada en los medios, y en tres días estamos todos llevando el mismo uniforme léxico. Es lo que tiene la globalización –otra dosis de uniformidad mental–, o como quiera que se llame el fenómeno este de decir todos la misma tontería. Para el catálogo no solo tenemos un botón de muestra, sino la botonadura completa.

Haga memoria, aunque no crea que es fácil, porque la mayoría de los términos ‘de moda’ que empleamos tienen un recorrido muy corto; o si lo prefiere, deténgase en alguna de las palabras que apuntalan nuestra actualidad. Verá, «puntual» es un adjetivo que, en su sexta acepción –ha leído bien, la sexta– significa «ocasional, que se produce de manera aislada». No era un término demasiado popular , hasta que nuestro presidente en funciones comenzó a aplicarlo a los casos de corrupción de su partido. Casos puntuales, como usted ya sabe. Tan puntuales, que se producen con una puntualidad asombrosa para estas latitudes, tan dadas a la procrastinación, otra para el inventario. Pactos puntuales, apoyos puntuales, acuerdos puntuales... El caso es que ‘puntual’ se ha convertido en el comodín político para todo aquello que no se puede, o no se quiere, controlar.

Puntuales han sido, según el subdelegado del Gobierno en funciones, los dos apuñalamientos que, en menos de tres días, rompieron la calma de esta ciudad acostumbrada a la calma . Tan puntuales, como los robos que se han ido sucediendo en las últimas semanas, o tan puntuales como el repunte –alarmante y peligroso– de venta de droga al por menor. Porque aunque queramos mirar para otro lado, y confiar en que una palabra –sea la que sea– siempre bastará para sanarnos, la realidad es que la visión residual que nos quedaba de una juventud atrapada en el consumo de heroína en las esquinas, vuelve a hacerse presente. Y no es algo puntual, mire usted. «Cada vez hay más enganchados –decía un vecino de Santa María– aunque la mayoría de los que trapichean no son del barrio». Pero allí están, y ya empiezan a formar parte del paisaje. Tal vez el paro, tal vez la exclusión, tal vez el desengaño de una sociedad que les ha vuelto la espalda… El caso es que agresiones violentas, como las vividas la semana pasada, son cada vez más habituales.

Y mientras, en la caverna platónica en la que nos realojaron con la promesa de rehabilitarnos la casa –hace ya más de cuatro meses–, seguimos viendo las sombras pasar e imaginamos cualquier cosa. Porque cualquier cosa parece ya posible en este país; o en esta ciudad, donde las puñaladas traperas no siempre se dan en la calle, ni en lo oscuro.

El pasado lunes nuestro alcalde, en una iniciativa sin precedentes –por lo puntual, pudiera ser– presentó el borrador de los presupuestos municipales ante una ciudadanía que no pasaba de cien personas, casi todas procedentes de los círculos más cercanos a Por Cádiz Sí Se Puede. Parecía contento el edil de protagonizar otro momento histórico para nuestra ciudad –en once meses ya ha tenido ocasión de vivir unos cuantos– «Significa pasar de las palabras a los hechos, de cuadrar las cuentas con la gente dentro». Y aunque las cuentas no cuadren, ni con la gente dentro ni con la gente fuera, y aunque toda la fanfarria –‘marca de la casa’- sobre vivienda y empleo no se sostenga más allá del papel impreso, lo que no esperaba de ninguna manera nuestro alcalde era tener que suspender el pleno extraordinario del pasado jueves ante las malas críticas de éxito y público que se esperaban en el debut de los presupuestos. Ni PSOE –los de los apoyos puntuales– ni PP estaban por la labor de dar el visto bueno a dos folios llenos de cuentas mal hechas.

Puñaladas dadas en el corazón mismo de la ciudad que sigue buscando el tesoro sin mapa, sin brújula y sin la menor idea de por dónde tirar. Dando palos de ciego, avanzando de manera «torticera» –David Navarro dixit– un día, y buscando apoyos otros. Señalando con el dedo por la mañana, y escondiendo la mano por la tarde. Así no hay manera, oiga. A estas alturas seguimos con unos presupuestos prorrogados, heredados de la peor gestión del Partido Popular. Unos presupuestos gastados, pasados de moda, que nos aprietan por todas las costuras, que nos quedan cortos o largos. Unos presupuestos impresentables. Tan impresentables como el documento que se presentó a la ciudadanía y que en menos de una semana no es más que un borrón que espera cuentas nuevas.

Y mientras, sacamos la navaja y abrimos un melón nuevo. El Bicentenario, o los refugiados, o el antiimperialismo yanki, ¡Qué más da!, cortinas de humo, sombras desde la caverna, medidas disuasorias, sangres que tiñen de malva el amanecer... Ya lo dijo Mecano. Y no parece que sea una cosa puntual.

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