José Manuel Hesle - OPINIÓN

Plazas vivas

El pasado siglo nos trajo, entre otros inconvenientes, la toma de la ciudad por el automóvil

José Manuel Hesle
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El pasado siglo nos trajo, entre otros inconvenientes, la toma de la ciudad por el automóvil. Lo que pretendía ser un elemento más de comodidad derivó en uno de nuestros principales quebraderos de cabeza. El coche ha colapsado las calles y ha desplazado a las personas.

Las plazas, concebidas como puntos de encuentro y de dinamización social, se han transformado, en muchos casos, en nudos viarios con la exclusiva finalidad de dar una mayor fluidez al tráfico rodado. En otros, han reducido considerablemente sus dimensiones para generar aparcamientos o endurecido su fisonomía a costa de engullirlos bajo sí. Y lo que es peor, se han dejado invadir sin resistencia alguna por todo tipo de vehículos.

Por lo general, las plazas han devenido en islotes en medio de una jungla de asfalto en los que entrar o salir resulta una odisea peligrosa.

Mayor aún cuando se trata de niños o de personas con movilidad reducida. Y el caso es que, como sucede con tantos otros aspectos de la vida cotidiana, hemos terminado viendo como normal lo que de ninguna manera lo es. Nos hemos habituado a vivir en entornos cada vez más hostiles y degradados. Nos parece, a todas luces, razonable exigir una ciudad más cómoda para con el tráfico, sin percatarnos que la hacemos cada vez menos amable para con nosotros mismos.

En un intento de sensibilizar respecto a este tema, la plaza de España se convirtió hace unos días en el escenario idóneo para mostrar hasta qué punto hemos sido capaces de renunciar al disfrute de un espacio público único. La imagen a la que nos hemos hecho se acerca más a la de una zona de aparcamiento de vehículos que a la de un lugar para la convivencia, el ocio y la cultura. Niños y mayores pudieron comprobar, a lo largo de la jornada, las otras potencialidades del sitio. Paseos, juegos, descanso, actuaciones y cualquier tipo de manifestación cultural fueron compatibles. Y, sobretodo, han abordado la posibilidad de poder intervenir en el diseño de un modelo de plaza más vinculada a su especial singularidad y al deleite de la ciudadanía.

Sin embargo, resulta evidente que ni la experiencia es novedosa, ni la pretensión ilusa. Otras ciudades nos llevan lustros trabajando en la misma dirección. Rescatar el espacio perdido. Recobrar el dinamismo y la vitalidad que les corresponde a éstos lugares. Recuperar las plazas de la ciudad como salones o salas de estar urbanos. Instaurar el protagonismo y la primacía absoluta de las personas es el reto. Hay experiencias de plazas saludables, dónde son el ejercicio físico al aire libre, el running, el stretching, las danzas circulares, el baile o el yoga, quienes las colman de contenido.

Plazas vivas, donde los cuentacuentos, los conciertos de música clásica, jazz, country y los ritmos africanos o latinos marcan el pulso. Plazas activas o plazas creativas donde la pintura y los talleres de producción artística son el centro de atención. Plazas a las que se asoma incluso la literatura y la poesía. Donde los libros pasan con facilidad de mano en mano. Plazas donde la inquietud colectiva se hace voz única y contundente.

Las plazas son el corazón de las ciudades y de los barrios. Es imprescindible e inaplazable, por tanto, redescubrirlas, reencontrarlas, reinventarlas y reconquistarlas. E incluso dotar de las mismas a aquellas zonas que inexplicablemente carecen de ellas. Ahí cada uno, sugiere Aleixandre, puede mirarse, puede alegrarse y puede reconocerse. Buscarse entre los otros y fundirse en un latido unánime.

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