Julio Malo de Molina

Pintar la mar

El pintor Pepe Baena, en cuya obra vibra de forma sorprendente la luz, dice con humildad que roba los colores de sus lienzos al sol de la Bahía de Cádiz

Julio Malo de Molina
CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Releo unos versos de Rafael Alberti: «¡Dejadme pintar de azul / el mar de todos los atlas!». Forman parte de 'Marinero en Tierra' uno de los poemarios más entrañables de un escritor que quiso ser pintor, y los dedica al poeta bengalí Rabindranath Tagore quien influyó a nuestra generación del 27 gracias a las excelentes traducciones de Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez. Alberti obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1925 por estos poemas que había escrito durante una convalecencia en Segovia, se trata de una poesía nostálgica que va a caracterizar la trayectoria del autor durante su largo exilio, desde el cual siempre añoró la luz de su bahía: «redonda y perfecta, llena de velas gaditanas». (La Arboleda Perdida, 1959).

El pintor Pepe Baena, en cuya obra vibra de forma sorprendente la luz, dice con humildad que roba los colores de sus lienzos al sol de la Bahía de Cádiz. Tal vez eso explica también la expresiva luminosidad de otros dos grandes maestros: Cecilio Chaves y Hassan Bensiamar, quienes como Pepe saben mostrar en sus cuadros tonos de excepcional sutileza: azul ultramar, turquesa aguamarina, verde salino, gris plata y naranja dorado. Quiero añadir a este grupo de sacerdotes de la luz a Manolo Cano, quien ahora en su estudio del Campo de Gibraltar se dedica a dibujar adorables acémilas.

Lo comentaba Pablo Juliá: pocos paseos tan bellos como el que se despliega a lo largo del litoral atlántico de la isla gaditana, desde el Castillo de Sancti Petri, antiguo Templo de Melkart, hasta la Avanzada de Santa Isabel, posible solar del Templo de Astarté. Largo recorrido que va desde los cordones dunares de Cortadura al dilatado Paseo Marítimo de la ciudad, sobre cuya balaustrada puede contemplarse cómo cada tarde el sol se zambulle en el océano de forma diferente; más allá, la Playita de las Mujeres a resguardo de los vientos, y el Campo del Sur cuyas murallas protegen al caminante del Mar de Vendaval. Pablo es un excelente fotógrafo y su cámara ha recreado miles de mágicas puestas de sol. Como: Hans Josef Artz, Kiki, Julio González y Javier Reina, también los artífices de la foto son profetas del sol de Cádiz.

La Caleta de Santa Catalina puede ser el final feliz de cualquier paseo y ofrece sus propios colores; recuerdo un cuadro de Pepe Baena que enseña el Medidor de Marea situado en el Camino del Arrecife, desde la puerta de la muralla hasta el Castillo de San Sebastián y la Avanzada de Santa Isabel. El paseante ha alcanzado un lugar pleno de mágicas evocaciones, con sus primorosas fortalezas, las piedras que fueron sillares de soberbias edificaciones, las ciudades sumergidas y los galeones hundidos, la playa de dorada arena, y las chicas paseando descalzas para emular a Telethusa, cuyo espíritu aún baila en los crepúsculos anaranjados para recordar que la mar de Cádiz también es una mujer luminosa y coqueta.

La Caleta siempre añora a Fernando Quiñones quien se pasaba las mañanas recogiendo los desperdicios para mantener bonita su playa, y empleaba las tardes para contar historias de osados piratas y de pizpiretas cortesanas. Pintores, fotógrafos y poetas, como los citados y muchos más, encuentran en este lugar algo más que una fuente de inspiración; pero no hace falta dedicarse a un oficio artístico para dejarse embaucar por un atardecer caletero, triste quien no ha podido disfrutar de este regalo de la naturaleza y del trabajo de muchos pueblos.

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