Yolanda Vallejo - HOJA ROJA

Una palabra tuya

La configuración mental de los humanos se mide por el uso que hacen del lenguaje

Yolanda Vallejo
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Antes de que todo el mundo se ponga como loco a hacer balances del año que acaba, y antes de que le entre a usted vértigo y fatigas al asomarse a estos doce meses y comprobar que no se acuerda de casi nada de lo que ha ocurrido, le diré una cosa. Estamos mucho peor de lo que nos creemos. Y no, no es mi habitual pesimismo, ese que cultivo con tanto mimo y tanto orgullo; es la simple y burda interpretación de algunos signos de estos tiempos. No se crea que voy por lo de la cabalgata de Reyes o de reinas o de yo que sé qué de Madrid, ni siquiera por ese afán de eliminar todo vestigio de lo que suene a ‘rancio’ –sea lo que sea lo que signifique rancio– que caracteriza a la nueva política española, experta en malgastar la harina y aprovechar el afrecho.

Voy mucho más allá.

La configuración mental de los humanos se mide por el uso que hacen del lenguaje. Es así de simple y a la vez así de complicado. Lo saben los que se dedican a la filosofía del lenguaje y a la neurolingüística –que deben ser poquísimos, por cierto– y lo sabe usted de sobra, porque lo que no se nombra, no existe o se evita, acuérdese del Innombrable de Harry Potter. Para eso, dicen, existen las Academias de la Lengua, para ir marcando con piedrecitas, como un vulgar Pulgarcito, el camino hacia el que se dirige la humanidad. Cada palabra que se introduce en el diccionario es una herida, un marca, en la evolución del hombre, y por eso sabemos que más que evolución, la lengua involuciona hacia los niveles de niños pequeños. No hace falta que le diga el mal rollo que me producen los eufemismos ‘larga enfermedad’, ‘tercera edad’, ‘morir al caer desde un tercer piso’, ‘centro ocupacional’… y cosas por el estilo que no hacen sino infantilizar aún más a esta sociedad de telettubbies en la que nos ha tocado vivir. Debe ser que es muy difícil llamar a las cosas por su nombre, ya el pobre de Juan Ramón Jiménez no hacía más que invocar a la inteligencia para que le diera el nombre exacto de las cosas, sin éxito, evidentemente.

Estando así las cosas no es raro que a la hora de elegir la palabra del año –otra pamplina muy gorda– aparezcan perlas como ‘Zasca’, ‘Trolear’, ‘Postureo’, ‘Clicktivismo’, ‘Mierder’ o ‘Poliamor’, términos que me parecerían razonablemente aceptables en mis hijos que tienen quince y dieciséis años y un pavo muy gordo encima, pero que me producen urticaria al oírlas o verlas escritas. En un año como éste, en el que términos como ‘Refugiado’, ‘Desplazado’ o ‘Terrorismo’ han sido más que habituales –más habituales de lo deseable, desde luego– parece que seguimos teniendo miedo a enfrentarnos con nuestra realidad y preferimos mirar para otro lado, para el lado menos oscuro de nuestro mundo.

Pero lo realmente preocupante, lo que tiene por dónde cogerlo, es que la palabra del año elegida por el Diccionario Oxford –que no es sospechoso de ninguna heterodoxia, que yo sepa– no sea una palabra, sino un ‘emoji’, ya sabe un muñequito de esos de whatsapp que lo mismo sirve para decir ‘ahora voy’, que ‘se me ha muerto el gato’, ‘hemos ganado las elecciones’ o ‘tengo retorcijones’ y que todos usamos alegremente porque nos simplifica varias tareas, la de llamar, la de escribir, y la de quedar siempre bien. El emoji elegido como palabra del año –no pierda la perspectiva, como palabra– es la carita con lágrimas de alegría, y parece que es la más usada por los usuarios de esta aplicación como comodín para cualquier conversación. Haga la prueba. Inicie una charla en ‘whatsapp’, con uno de los veinticuatromil grupos en los que está incluido y cuente el tiempo, con el reloj en la mano, que tarda en aparecer el muñequito llorando de risa. Vaya por Dios. ¿Qué tareas traen hoy los niños? Muñequito llorando de risa. ¿Por dónde andas? Muñequito llorando de risa. Me han despedido del trabajo. Muñequito llorando de risa. Hola. Muñequito llorando de risa. Vaya por Dios.

Hemos reducido tanto, tanto los términos de conversación que cualquier día nos apañaremos con tres o cuatro sonidos, el muñequito llorando de risa y un par de interjecciones. Tal vez en eso consiste la evolución, lo ignoro. O tal vez, porque es mejor hacer oídos sordos a tanta palabra necia como escuchamos a diario estamos perfeccionando un nuevo sistema de comunicación.

Por si acaso, por si no estamos del todo perdidos, le propongo una cosa. Propóngase para el nuevo año recuperar conversaciones que dejó a medias, volver a charlar con su vecino, con ese amigo al que solo le manda emojis como señales de humo. Hable con sus hijos, recupere el sentido de las palabras, de cada palabra; recupere los sentidos a través de las palabras, de cada palabra, y déjese llevar por lo único que aún nos diferencia de los animales.

Estamos hechos de palabras. Vuelva a leer los versos de Blas de Otero, al que también le tocó vivir en tiempos revueltos: «Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza,me queda la palabra». Y sobre todo, no olvide que la mayor parte de las veces «una palabra tuya, bastará para sanarme».

Feliz Año Nuevo.

Ver los comentarios