OPINIÓN

Originalidad

La historia se esfuerza en trazar un recorrido lineal (por más que sinuoso) en el inextricable laberinto de la complejidad social

Asisto, en su misma localidad de origen, a la conferencia de Enrique Valdivieso sobre Juan Simón Gutiérrez, pintor nacido en Medina Sidonia en la primera mitad del siglo XVII. Juan Simón ilustra uno de esos casos extraños de la historia del arte en los que ... es necesario esperar casi cuatro siglos para comenzar a devolver a un artista al lugar que le corresponde, empresa esta en la que Valdivieso, tras treinta años de intensa labor investigadora, tiene principal protagonismo.

El pintor asidonense resulta, pues, una figura paradójica. No llega a quedar claro si se trata de un mero imitador que sigue la estela triunfal de su maestro Murillo, o si estamos ante un artista verdaderamente original. No sabemos si considerarlo como un pintor cuyas creaciones alcanzaron una cotización pareja a su difusión en el mercado del arte, o si fue un productor secundario de obras en serie que acabara sus días, como parece que ocurrió, en la pobreza. Pero quizás esta imagen paradójica no sea sino el reflejo de nuestra errónea asunción de que la historia, más o menos documentadamente, debe cumplir su compromiso de contarnos siempre la verdad.

La historia, opino, se esfuerza en trazar un recorrido lineal (por más que sinuoso) en el inextricable laberinto de la complejidad social. Y sobre todo, cuenta con la limitación infranqueable de tener que reconstruir los hechos del pasado desde la perspectiva siempre engañosa de un presente que, como a diario constatamos, no nos permite emitir un juicio certero, ni mucho menos estable de la realidad que nos toca vivir.

Unos de los aspectos más enigmáticos gira en torno a la originalidad de este artista. Efecto de observar con nuestros ojos de espectadores del siglo XXI las creaciones pictóricas del siglo XVII. Una vez que la revalorización del arte de la temprana modernidad, a partir del XVIII, exigió originalidad a la obra en base al genio misterioso del artista, con la consecuente erosión del concepto de imitación imperante hasta ese momento. Son estos nuevos criterios de novedad y originalidad para el enjuiciamiento de las obras los que testimonian la separación del arte de la religión y la política, sistemas a cuyo servicio se encontraba, en una sociedad rígidamente estratificada.

Consecuencia inmediata de esta liberación del arte de tales patronazgos es el establecimiento del precepto de ‘desviación’ con respecto del estilo imperante o de la época, es decir, afirmar la obra como obra de arte. Estas demandas de originalidad serán las que lleven al artista moderno a no orientarse exclusivamente por las leyes del mercado del arte. Anteriormente a esto, en el caso de mi paisano, una de las mayores dificultades para rastrear su labor artística, según constata Valdivieso, es la ausencia de firma en la mayoría de sus lienzos. Dato que pone de manifiesto que el marchamo de originalidad no solo no preocupaba al pintor barroco, sino que tal concepto ni siquiera lo tenía en mente en el diseño y ejecución de sus escenas religiosas. Un artista, que creyéndose inspirado por Dios y trabajando a su servicio, se preocuparía ante todo de provocar el asombro (admiratio, según los antiguos).

Si entendemos el oficio de pintor en el XVII precisamente como un oficio sujeto a los deseos, necesidades y creencias de una sociedad donde la religión católica ejerce un predomino ideológico aplastante, y en el mercado pictórico que surge debido ello para su satisfacción, entonces quizás comencemos a entender el papel real que artistas como Juan Simón ha desempeñado en la historia de la pintura.

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