Nico Montero

Trascendencia

El espíritu consumista acaba generando en el hombre un ansia insaciable de tener y poseer

Nico Montero

A nadie se le escapa que la fragmentación entre la fe y la cultura actual ha crecido notablemente en las últimas décadas, pasando del ateísmo beligerante a un nuevo escenario de increencia y manifiesta indiferencia. Vivir al margen de la fe se ha ido asentando ... con fortaleza, de forma especial entre los más jóvenes, que han heredado una desafección que ha borrado del horizonte de muchos la fe como experiencia vital. Se trata de una mentalidad, de una atmósfera de indiferencia hacia lo trascendente. El indiferente no se preocupa por la cuestión de Dios; ni siquiera lo echa de menos.

Para muchas personas no se trata de motivaciones razonadas, sino de un modo de situarse en el mundo que se respira en el ambiente. La manera de pensar postmoderna se encuentra en el trasfondo de esta indiferencia. Se ha instalado un modo de pensar que se caracteriza por una pérdida de confianza en la razón, a la que se pretende sustituir con lo que se ha denominado una «razón débil». Se desprecian las grandes teorías y doctrinas, las cosmovisiones ancladas en la razón, y se les acusa de generar totalitarismos. Esta razón débil se muestra incapaz de alcanzar verdades absolutas.

Por otro lado, los éxitos innegables de la investigación científica y de la tecnología contemporánea han contribuido a difundir una mentalidad cientificista, que reduce toda experiencia humana a la propia de las ciencias positivas. Los avances de la ciencia y de la técnica han traído consigo en el mundo occidental una gran expansión económica, cuyo resultado ha sido la sociedad del bienestar que, a su vez, ha traído un espíritu desmedido de consumo: se procura un exceso de bienes y se crean falsas necesidades; la producción tiende a convertirse en un fin en sí misma; lo superfluo se convierte en necesario; el hombre se convierte en consumidor.

El espíritu consumista acaba generando en el hombre un ansia insaciable de tener y poseer; se siente desgraciado si tiene menos que los demás y acaba siendo insolidario, porque olvida a los más pobres y contribuye indirectamente a su explotación. Las personas viven volcadas en el consumo y el deseo de lo inmediato, quedando incapacitadas para abrirse a lo trascendente.

Y es en este panorama, cuando por sorpresa, nos visita una pandemia para poner patas arriba toda la sociedad del bienestar que se había configurado como una nueva religión, pertrechada con sus profetas de Wall Street, su credo financiero, sus templos tecnológicos y sus ritos hedonistas.

Ha supuesto un baño de realismo existencial inaudito y nos ha recordado, con mucha dureza y crueldad, la fragilidad de nuestra naturaleza, con gran capacidad para la cultura, pero tremendamente biológica, sujeta a la intemperie de una condición natural que nos hace frágiles ante virus microscópicos, capaces de derribarnos como David a Goliat.

En esa coyuntura de incertidumbre e intemperie, es cuando surgen los grandes interrogantes sobre la vida, su sentido, su precariedad, su razón de ser. Es cuando brotan las inquietudes más existenciales que abren un gran ventanal al misterio y a la búsqueda de sentido. Ante el precipicio de lo vivido, hay quienes se reafirman en lo absurdo y la sinrazón de la existencia, mientras otros prefieren seguir con sus vidas dejando que el tiempo pase y lo arregle todo.

Sin embargo, también hay quienes optan por Iluminar esta realidad desde los ojos de la fe, generando cadenas de solidaridad con quienes sufren con más crueldad los efectos de esta pandemia, buscando y ofreciendo motivos para la esperanza. Cada uno, según su circunstancia y perspectiva, encajando el duro golpe como puede.

Sea como sea, una cosa es cierta, la pandemia ha vuelto a poner en el horizonte de la existencia humana la inquietud por la trascendencia, algo inherente al ser humano, aunque quiera ser desterrado, y condenado al ostracismo.

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