Adolfo de Vigo

El nacimiento de la esperanza

Y sin darnos cuenta de cómo ha pasado, de dónde se nos han ido los días, vuelve a ser Navidad

Adolfo de Vigo
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Y sin darnos cuenta de cómo ha pasado, de dónde se nos han ido los días, vuelve a ser Navidad. Y una vez más, casi como un ritual aprendido y transmitido de padres a hijos, toca desempolvar los adornos para la casa. Guirnaldas por aquí, bolas para el árbol por allá, y llegamos a la caja del Misterio. Un Misterio que año tras año ocupa un lugar importante en la casa, un lugar predominante desde el que durante las próximas tres semanas nos recuerde lo que realmente estamos celebrando, el nacimiento de nuestro Redentor.

Este año, dos pequeñas manos se han unido al protocolo, al ceremonial de colocar las figuras del Belén. Mientras que me las iba pasando le iba explicando quien era cada uno, que función cumplían, y que representaban.

Poco a poco, y sin darme cuenta, iba transmitiéndole la tradición. Y mientras miraba su carita llena de ilusión al colocar las figuras, al darle un beso al Niño Jesús antes de colocarlo en el pesebre, me dio por preguntarme como sería más de dos mil años después ese nacimiento.

Podría ser una familia desahuciada de su vivienda por el imperio de la banca. Sin tener donde refugiarse y teniendo que buscar cobijo en el viejo coche familiar que ahora sirve de hogar improvisado, o en algún alojamiento público para necesitados.

O quizás, fuera una pareja, en la que ella se encuentra en estado de buena esperanza, obligados a montarse en bote hinchable, con suerte una patera, para cruzar el mar asesino, topándose una y otra vez con la negativa a ofrecerles un alojamiento por parte de los «todopoderosos» del primer mundo. Con la simple idea en sus mente de buscar una nueva esperanza para su hijo, sin que nunca lleguen a saber que su hijo es la única esperanza que le queda a este mundo cada día más frío y mundano.

Puede que ese alumbramiento fuera en una ciudad sitiada, destruida a causa de los bombardeos, desbastecida de lo más mínimo imprescindible para que la vida pudiera salir adelante. Una familia que se siente abandonada de la mano de Dios, olvidada por aquellos que si pueden hacer algo por poner fin a esa barbarie, y a los que, sin embargo, lo único que les queda es esa esperanza de creer en ese Dios que próximamente nacerá en un pesebre, sin más calor que el de sus padres y sin más esperanza de la de vivir un día más.

Y me invadió la sensación de que quizás dentro de cada uno de nosotros llevemos a un Herodes despreciable, que en vez de buscar al Redentor para asesinarlo, volvemos la cara hacia otros lugares sin querer ver como son otros los que asesinan a ese niño, salpicándonos la sangre de cuantos inocentes mueren por la desidia de nuestros corazones.

Al final, mirando a los ojos de mi hija, vi la esperanza. Llegue a la conclusión que Jesús no nace solo el 24 de diciembre, sino que cada vez que nace un niño en este mundo, nos nace una nueva esperanza, solamente que algunos tienen la suerte de rememorar el nacimiento de Dios una vez al año y otros por desgracia viven ese nacimiento sus vidas.

Por cierto, feliz Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, y que el niño que el sábado nos va a nacer, nos quite el velo de los ojos mostrándonos que las injusticias aún hoy, dos mil años después, siguen estando presentes en muchos nacimientos.

Ver los comentarios