OPINIÓN

Marca Cádiz, marca de Caín

Un paraíso del que no podemos escapar, que da los frutos que otros se comerán: eso es Cádiz

ANDRÉS G. LATORRE

Un lema que gusta vender a los políticos cuando la tienda ya está vacía es ése que reza que una provincia, una ciudad, un barrio y hasta una mesa en la que cuatro paisanos están jugando al mus (corrido y sin señas) son sus gentes. Si lo piensa, es una tautología (sí, he tachado majadería), que puede ser aplicada a cualquier colectivo, pero si se dice con corbata o vestidito de rueda de prensa suele colar, en especial si hay palmeros cerca que subrayen, al compás, la ocurrencia.

Los que mucho saben de esto de gobernarnos emplean desde hace tiempo el término ‘marca’ para referirse a un territorio. Ya saben, ‘marca España’ o ‘marca Andalucía’. No les desvelo nada, es la misma majadería (tanta tonta tautología) que en el caso anterior. Con Cádiz, si de una marca hubiera que hablar, sería la de Caín, la que ponen los dioses a sus criaturas (sí, he tachado electores) para que la fortuna pase de largo. La provincia, los gaditanos, parecen llevar ese signo que condena a no levantar cabeza, a que las alegrías duren poco y a que se trabaje la tierra para que otros se lleven el fruto.

Es la marca del paro, que ha vuelto a ser en septiembre el que más ha crecido en España. Ni sudor queda en las frentes para ganarse el pan. La marca de quien presume de un Hiperloop que aventaja en velocidad al trueno y lleva diez años con un tranvía a paso de chirimiri. Haremos un tren para llevar lejos a los demás. Igual que limpiamos las mesas en los que otros disfrutan del paraíso al que seguimos atados. Como un Sísifo de piriñaca, el gaditano está condenado a levantar eternamente la piedra mientras los demás esconden la mano.

‘Marca Cádiz’. La del cuéntame un chiste, la del tócame las palmas y cántame una chirigota (les confesaré que esa expresión me barrena los oídos como si oyera llorar de hambre a mi hijo). La marca que nos saca los colores cuando aparecen los nombres de los barrios andaluces que, desde antes de que la rosa fuera una colección interminable de espinas, acumulan mayor índice de analfabetismo, de infravivienda, de desempleo.

Se acercan las interminables campañas electorales y todos le dirán que las gentes, que las marcas, que las puestas en valor... Examine, amigo lector, cuántos caínes con pieles de abeles tratarán de prevenirle del chaparrón a cambio de que le venda su paraguas.

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